Reinado de Isabel II de España

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Durante más de tres décadas, el Reinado de Isabel II de España se ha considerado esencial para la historia moderna de España. La muerte de Fernando VII de España en 1833 y la Gloriosa Revolución Española de 1868, que obligó al exilio a la reina Isabel II de España y estableció un estado liberal en España.

Tras la muerte de Fernando VII el 29 de septiembre de 1833, su esposa María Cristina De Borbón-Dos Sicilias asumió la regencia con el apoyo de los liberales, en representación de su hija y futura reina, Isabel II. El conflicto con su cuñado, Carlos María Isidro de Borbón, que aspiraba al trono en virtud de una Ley Sálica supuestamente vigente -ya derogada por Carlos IV y el propio Fernando VII- llevó al país a la Primera Guerra Carlista.

Tras la breve regencia de Espartero, que sucedió a la regencia de María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, Isabel II fue proclamada mayor de edad a los trece años por resolución de las Cortes Generales de 1843. Así comenzó el reinado efectivo de Isabel II, que se suele dividir en cuatro períodos: la década moderada (1844-1854); el bienio progresivo (1854-1856); el período de los gobiernos de la Unión Liberal (1856-1863) y la crisis final (1863-1868).

El reinado de Isabel II se caracterizó por un intento de modernización de España que fue contenido, por las tensiones internas de los liberales, la presión que seguían ejerciendo los partidarios del absolutismo más o menos moderado, los gobiernos totalmente influidos por el estamento militar y el fracaso final ante las dificultades económicas y el declive de la Unión Liberal que llevó a España a la experiencia del Sexenio Democrático. Su reinado estuvo muy influido por la personalidad de la reina Isabel, que no tenía dotes de gobierno y estaba bajo constante presión de la Corte, especialmente de su propia madre, y también de los generales Ramón María Narváez, Baldomero Espartero y Leopoldo O'Donnell, que impidió que se consolidara la transición del Antiguo Régimen al Estado Liberal,

El reinado de Isabel II se dividió en dos grandes etapas:

  • Su reinado minoritario (1833-1843), durante el cual la regencia de España fue asumida primero por su madre María Cristina de las Dos Sicilias y luego por el general Baldomero Espartero. A la muerte de Fernando VII el 29 de septiembre de 1833, su esposa, María Cristina de las Dos Sicilias, asumió la regencia con el apoyo de los liberales, en nombre de su hija y futura reina, Isabel II. El conflicto con su cuñado, el infante Carlos, conde de Molina, que aspiraba al trono en virtud de la presunta vigencia del derecho sálico —abolido por Carlos IV e ignorado por Fernando VII— llevó a la nación a la Primera Guerra Carlista.
  • Su verdadero reinado (1843-1868), que comenzó con la declaración de las Cortes Generales de que su reinado mayoritario comenzaría a los trece años. Este período también se puede subdividir en los siguientes períodos:
  • 1844–1854: La década moderada (Década moderada), un período de reducción conservadora bajo el Partido Moderado después de la aprobación de la constitución progresista de 1837.
  • 1854–1856: Los dos años progresistas (Bienio progresista), luego de los disturbios de Vicalvarada, cuando el Partido Progresista intentó implementar el manifiesto reformista de Manzanares.
  • 1856-1868: el período de la Unión Liberal, ya que el gobierno de la Unión Liberal, una coalición centrista, trató de mantener un equilibrio entre las dos posiciones.
  • 1868: La crisis (La Gloriosa) y caída de la reina Isabel, la lleva al exilio a Francia.

Las regencias de María Cristina y Espartero

La Regencia de María Cristina de Borbón estuvo marcada por la guerra civil derivada de la disputa sucesoria entre los partidarios de la futura Isabel II o "Isabelinos" (o "Cristinos" por el nombre de la regente) y los de Carlos María Isidro o " carlistas". Francisco Cea Bermúdez, muy cercano a las tesis absolutistas del difunto Fernando VII, fue el primer presidente del Consejo de Ministros. La ausencia de conquistas liberales obligó a la salida de Cea y la llegada de Martínez de la Rosa, quien convenció a la Regente para promulgar el Real Estatuto de 1834, un fuero que no reconocía la soberanía nacional, lo que suponía un retroceso, respecto a la Constitución. de Cádiz de 1812, concedida por Fernando VII.

El fracaso de los liberales conservadores o "moderados" llevó al poder a los liberales progresistas en el verano de 1835. La figura más destacada de este período fue Juan Álvarez Mendizábal, un político y financiero de gran prestigio que institucionalizó las "juntas revolucionarias" que habían Surgió durante las revueltas liberales del verano e inició varias reformas económicas y políticas, entre ellas la desamortización de los bienes de las órdenes regulares de la Iglesia católica. Durante el segundo gobierno progresista presidido por José María Calatrava y con Mendizábal como hombre fuerte en la cartera de Hacienda, se aprobó la nueva Constitución de 1837 en un intento de aunar el espíritu de la Constitución de Cádiz y lograr el consenso entre los dos principales partidos liberales, moderados y progresistas.

La Guerra Carlista provocó graves problemas económicos y políticos. La lucha contra el ejército del carlista Tomás de Zumalacárregui, que estaba en armas desde 1833, obligó a la Regente a depositar gran parte de su confianza en los militares cristianos, que alcanzaron gran renombre entre la población. Uno de ellos fue el general Espartero, quien se encargó de certificar la victoria final en el Acuerdo de Oñate, más conocido como el Abrazo de Vergara.

En 1840, María Cristina, consciente de su debilidad, intentó llegar a un acuerdo con Espartero, pero éste se puso del lado de los progresistas cuando el 1 de septiembre estalló en Madrid la "revolución de 1840". María Cristina se vio entonces obligada a abandonar España y dejar la regencia en manos de Espartero el 12 de octubre de 1840.

Durante la regencia de Espartero, el general no supo rodearse del espíritu liberal que lo había llevado al poder y prefirió encomendar los asuntos más importantes y trascendentales a militares afines, conocidos como ayacuchos por la falsa creencia de que Espartero había estado en la Batalla de Ayacucho. De hecho, el general Espartero fue acusado de ejercer la Regencia en forma de dictadura.

Por su parte, los conservadores representados por O'Donnell y Narváez no cejaron en sus pronunciamientos. En 1843 el deterioro político se agudizó e incluso los liberales que lo habían apoyado tres años antes conspiraban contra él. El 11 de junio de 1843 la revuelta de los moderados también fue apoyada por hombres de confianza de Espartero, como Joaquín María López y Salustiano Olózaga, lo que obligó al general a abandonar el poder y exiliarse en Londres.

El reinado efectivo de Isabel II

Con la caída de Espartero, la clase política y militar en su conjunto se convenció de que no se debía pedir una nueva regencia, sino reconocer la mayoría de la reina, a pesar de que Isabel sólo tenía doce años. Así comenzó el reinado efectivo de Isabel II (1843-1868), que fue un período muy complejo, no exento de altibajos, que marcó el resto de la situación política del siglo XIX y parte del siglo XX en España.

La proclamación de la mayoría de edad de Isabel II y el "incidente de Olózaga" produjeron un vacío político. El progresista "radical" Joaquín María López fue restituido por las Cortes al cargo de Jefe de Gobierno el 23 de julio, y para acabar con el Senado, donde tenían mayoría los "esparteristas", lo disolvió y convocó elecciones para renovarlo completamente – en violación del artículo 19 de la Constitución de 1837, que sólo permitía su renovación por tercios. También designó al Ayuntamiento y a la Diputación de Madrid -lo que también fue una violación de la Constitución- para impedir que los "espartaquistas" se hicieran con ambas instituciones en unas elecciones —López lo justificó así: "al luchar por la existencia, el principio de conservación es la que destaca por encima de todas:

En septiembre de 1843 se celebraron elecciones a las Cortes en las que progresistas y moderados se unieron en lo que se denominó "partido parlamentario", pero los moderados obtuvieron más escaños que los progresistas, que además seguían divididos entre "templados" y "radicales". y por lo tanto carecía de un liderazgo único. Las Cortes aprobaron que Isabel II fuera proclamada mayor de edad anticipadamente tan pronto como cumpliera los 13 años el mes siguiente. El 10 de noviembre de 1843 jura la Constitución de 1837 y luego, de acuerdo con la costumbre parlamentaria, dimite el gobierno de José María López. La tarea de formar gobierno le fue encomendada a Salustiano de Olózaga, líder del sector "templado" del progresismo.

El primer revés que sufrió el nuevo gobierno fue que su candidato a presidir el Congreso de los Diputados, el ex presidente del Gobierno Joaquín María López, fue derrotado por el candidato del Partido Moderado Pedro José Pidal, quien no sólo recibió los votos de su partido sino también los del sector "radical" de los progresistas encabezados entonces por Pascual Madoz y Fermín Caballero, a los que se sumó el "templado" Manuel Cortina. Cuando surgió la segunda dificultad, para sacar adelante la Ley de Ayuntamientos, Olózaga apeló a la reina para que disolviera las Cortes y convocara nuevas elecciones que le proporcionaran una Cámara solidaria, en lugar de dimitir por haber perdido la confianza de las Cortes. Fue entonces cuando ocurrió el “incidente de Olózaga”, que sacudió la vida política ya que el presidente del gobierno fue acusado por los moderados de haber obligado a la reina a firmar los decretos de disolución y convocatoria de las Cortes. Olózaga, a pesar de proclamar su inocencia, no tuvo más remedio que dimitir y el nuevo presidente fue el moderado Luis González Bravo, quien convocó elecciones para enero de 1844 con el acuerdo de los progresistas, a pesar de que el gobierno acababa de llegar al poder y había restableció la Ley de Ayuntamientos de 1840, que había dado lugar a la progresista "revolución de 1840" que finalizó con la regencia de María Cristina de Borbón y la asunción al poder del general Espartero.

En cuanto al "incidente de Olózaga", el nuevo presidente del Consejo de Ministros, González Bravo, quien había asumido el cargo el 1 de diciembre, propuso discutirlo en la Cámara. Durante las sesiones Olózaga demostró la falsedad de las acusaciones, pero la mayoría parlamentaria de la que gozaron los moderados tras las elecciones le permitió ganar la votación, y Olózaga se fue a Inglaterra, no tanto por un destierro que no se había ordenado, sino por de temor por su propia vida, amenazada en Madrid. En algunas partes del país, la dirección política que estaba tomando el Reino fue vista con recelo, lo que derivó en algunas rebeliones, como la Rebelión de Boné liderada por Pantaleón Boné, quien tomó el control de la ciudad de Alicante durante más de 40 días con la intención de extender su revolución a otras ciudades.

González Bravo llevó a cabo una especie de "dictadura civil", que duraría 6 meses, y durante la cual restableció la Ley de Ayuntamientos para acabar con las Juntas, y acabó con la Milicia Nacional creando la Guardia Civil.

Las elecciones de enero de 1844 fueron ganadas por los moderados, lo que provocó levantamientos progresistas en varias provincias en febrero y marzo que denunciaron la "influencia" del gobierno en el resultado de las elecciones. Así, los líderes progresistas Cortina, Madoz y Caballero fueron encarcelados durante seis meses -Olózaga no fue detenido porque estaba en Lisboa y Joaquín María López permaneció escondido hasta que sus compañeros salieron de prisión-. En mayo, el general Ramón María Narváez, verdadero líder del Partido Moderado, asumió la presidencia del gobierno, inaugurando la llamada década moderada (1844-1854).

Tras la caída de Espartero y la proclamación de la mayoría de Isabel, se iniciaron una serie de gobiernos moderados, apoyados por la Corona. La primera medida que tomaron los moderados en el poder fue evitar levantamientos progresistas, para lo cual disolvieron la Milicia Nacional y restablecieron la Ley de Cabildos para controlar mejor los gobiernos locales desde el gobierno central, lo que impedía la creación de Juntas. Cuando comenzó su reinado, la Reina tenía solo 13 años y no tenía experiencia de gobierno, por lo que estaba muy influenciada por las personas que la rodeaban.

La década moderada

En la primavera de 1844 se dio por pacificado el país, lo que supuso el fin de la dictadura civil de González Bravo y se convocaron nuevas elecciones, en las que ganó Narváez. Esta era una situación complicada para él, ya que no había demostrado grandes habilidades políticas. Dirigió un gobierno muy autoritario, tratando a los ministros como sus subordinados en el ejército. Narváez dio un paso adelante en las reformas políticas, llegando hasta la construcción de un Estado centralizado y la reforma fiscal. Su equipo ministerial estuvo integrado por Alejandro Mon, Ministro de Hacienda, encargado de la reforma tributaria; Pedro José Pidal, Ministro del Interior, encargado de crear el estado centralizado y el concordato con la Iglesia en 1851; y Francisco Martínez de la Rosa, Ministro de Estado y artífice de la política de la media justa.

La Década Moderada se inicia con la presidencia del líder del Partido Moderado, el General Narváez, que asume el cargo el 4 de mayo de 1844. El Partido Moderado ostenta el poder en exclusiva gracias al apoyo de la Corona, sin que los progresistas tengan la menor posibilidad de acceder al gobierno

Con el Partido Moderado firmemente en el gobierno, 1845 fue un año crucial para el liberalismo español, ya que fue una encrucijada en la que el Partido Moderado hizo balance de sus logros y fracasos desde la Revolución Liberal. Según el gobierno, era hora de ver qué se podía mantener y qué había que cambiar. Según Narváez, si el ciclo revolucionario llegaba a su fin en 1845, habría que abordar una serie de problemas, como los carlistas, descontentos por el incumplimiento del acuerdo con Espartero; la situación de la Iglesia, que había perdido mucho de su patrimonio y sobre todo de su influencia; y problemas políticos, conocidos como "inestabilidad constitucional", porque se habían redactado dos constituciones en menos de cinco años. La solución que encontraron los moderados fue redactar una nueva constitución, la de 1845.

Se presentaron varios borradores de una nueva Constitución, entre ellos el del Marqués de Maluma, que seguía la línea de un fuero que otorgaba todo el poder a la Corona, por lo que fue rechazado de plano. Los progresistas no podían oponerse a Narváez porque no tenían presencia en las Cortes, por lo que se instauró el modelo liberal doctrinario, que instauraría una monarquía constitucional con soberanía compartida entre la Corona y las Cortes.

En cuanto a la declaración de derechos, la Constitución de 1845 se destacó por sus leyes sobre imprenta y religión. No hubo censura previa de imprenta, pero se crearon tribunales especiales para juzgar los delitos de injuria al gobierno oa la Corona. En cuanto a la religión, se rechazó la libertad de culto de 1837, aunque no llegó a la intolerancia de la Constitución de Cádiz de 1812. En 1845 España se convirtió en estado confesional y se restableció la subvención al culto y al clero, así como como favorecer la presencia de la Iglesia en la educación, que sirvió como primer paso hacia la reconciliación entre Iglesia y Estado, que llegaría en 1851 con el Concordato.

En cuanto a la organización de los poderes del Estado, la Constitución de 1845 estableció un modelo bicameral, Senado y Congreso, renovado cada cinco años y cuyos representantes eran elegidos mediante la ley de circunscripciones uninominales (en cada circunscripción sólo había un ganador) para lograr mayorías parlamentarias muy estables. Además, se establecen las rentas para ser elegido (12.000 reales) y para votar (400 reales). En 1846 sólo votaba el 0,8% de la población, casi 100.000 personas.

Durante este período de completo dominio moderado, éste trató de revertir los avances liberales de las etapas anteriores, imponiendo una nueva ley municipal (8 de enero de 1845) con sufragio censal directo, reforzando el centralismo y aprobando una nueva constitución, la de 1845, que volvía al modelo de soberanía compartida entre el Rey y las Cortes y reforzó los poderes de la Corona. En el plano legislativo se aprobaron diversas leyes Orgánicas que acentuaron la centralización de la administración pública mediante el control del poder político de los Ayuntamientos y universidades, en un claro intento de limitar sus competencias ya que estaban muy influidos por los liberales.

Pronto surgió la división del Partido Moderado, lo que contribuyó a la inestabilidad política que se manifestó en los continuos cambios en la presidencia del gobierno, a partir de la destitución de Narváez el 11 de febrero de 1846, asociada al conflictivo matrimonio concertado para el Reina. De hecho, ese año se casaría con Francisco de Asís de Borbón, su primo, el 10 de octubre. Más temprano, la madre de la reina, la ex regente María Cristina, había tramado un plan de matrimonio para casar a su hija con el heredero de la corona francesa. Tales planes despertaron las sospechas de Inglaterra, que quería a toda costa que se respetara el Tratado de Utrecht y evitar que las dos naciones se unieran bajo un solo rey. Después de los Acuerdos de Europa, el número de candidatos para Isabel se limitó a poco más de seis,

El gobierno de Francisco Javier de Istúriz logró mantenerse hasta el 28 de enero de 1847, cuando una pugna por el control de las Cortes con Mendizábal y Olózaga, que había regresado del exilio tras la autorización personal de la Reina, le obligó a dimitir. De enero a octubre de ese año se sucedieron tres gobiernos sin dirección mientras los carlistas seguían alborotando y algunos emigrados liberales regresaban del exilio.

El 4 de octubre fue reelegido presidente Narváez, quien nombró como su mano derecha y ministro de Obras Públicas al conservador Bravo Murillo. El nuevo gobierno se mantuvo estable en principio hasta que la Revolución de 1848, que se extendió por Europa, encabezada por el movimiento obrero y la burguesía más liberal, provocó insurrecciones en el interior de España, que fueron duramente reprimidas; además, se rompieron relaciones diplomáticas con Gran Bretaña, por ser considerada partícipe e instigadora de los movimientos carlistas en la llamada Guerra de los Matiners. Narváez actuó como un auténtico dictador, enfrentándose a la reina, al rey consorte, a los liberales ya los absolutistas. El enfrentamiento se prolongó hasta el 10 de enero de 1851, cuando se vio obligado a dimitir y fue sustituido por Bravo Murillo.

Una vez en el poder, Bravo Murillo trató de apaciguar el enfrentamiento con la Santa Sede a raíz de los procesos desamortizadores llevados a cabo por Mendizábal en el período anterior firmando un Concordato en 1851 con el Papa Pío IX, el segundo en la historia de España, que, en definitiva, estableció una política de protección de los bienes de la Iglesia católica frente a posibles nuevos procesos desamortizadores, especialmente civiles; Se detuvo la venta de los que aún estaban en manos del Estado y la Iglesia recibió una compensación económica. En su artículo primero, el Concordato establecía:

"La religión católica, apostólica, romana, que con exclusión de cualquier otro culto continúa siendo la única de la nación española, se conservará siempre en los dominios de SM Católica con todos los derechos y prerrogativas de que debe gozar según la ley de Dios y lo dispuesto por los sagrados cánones (...)"

En diciembre de 1851, Luis Bonaparte, Napoleón III, dio un golpe de Estado en Francia. Esto tuvo repercusiones en España, donde Bravo Murillo suspendió las Cortes y las cerró por un año. Cerradas las Cortes, gobernó por decreto e intentó implantar un sistema político que diera más derechos a la Corona. Esta reforma provocó una reacción política, y en mayo de 1852 se escribió una carta a la Reina pidiéndole que reabriera las Cortes. En diciembre de 1852 se reabrieron y se nombró un nuevo presidente: Francisco Martínez de la Rosa. Bravo Murillo, todavía presidente, se opuso, por lo que disolvió las Cortes y redactó un proyecto constitucional en 1852, con sesgo absolutista para eliminar el carácter liberal que creía que tenía la Constitución de 1845, pero fue impopular y rechazado. También publicó nuevas leyes orgánicas para regular el funcionamiento de las futuras Cortes. Bravo Murillo fracasó y se vio obligado a dimitir, aunque una de sus reformas sí se convirtió en ley en 1857: la de los senadores hereditarios, de oficio y vitalicios.

Estos hechos políticos desembocaron en un conflicto armado basado en el apoyo de la Corona a una política extremista que amenazaba con volver al liberalismo de 1834. Un grupo de unos 200 senadores y congresistas intentaron encontrar una salida política, pero no obtuvieron respuesta y en febrero 1854 Se sofoca un levantamiento en Zaragoza, aunque continúa la conjura, encabezada por narvaecistas y puritanos. La siguiente sublevación tuvo lugar en Vicálvaro, "La Vicalvarada", con O'Donnell y Dulce, que no obtuvieron mucho éxito en un principio, algo que cambió en Manzanares (Ciudad Real), donde se les unió el general Serrano. Juntos protagonizaron el Manifiesto de Manzanares, que provocó un gran cambio político y revueltas en Barcelona, Valladolid y Valencia hasta que dimitió el gabinete de gobierno y se creó una Junta de Gobierno en Madrid, lo que obligó a la Reina a nombrar un nuevo gobierno. Sorprendentemente, la reina nombra a Espartero como jefe de gobierno y no a O'Donnell, que es nombrado ministro de la Guerra.

El bienio progresista (1854-1856)

Durante el gobierno conservador de Bravo Murillo se evidenció un alto grado de corrupción como consecuencia del crecimiento económico desordenado y las intrigas internas para obtener ventajas en concesiones públicas, situación en la que se vio implicada toda la familia real. Bravo Murillo, a quien muchos consideraban un servidor público honesto, renunció en 1852 y fue sucedido por tres gobiernos hasta julio de 1854. Mientras tanto, Leopoldo O'Donnell, excolaborador de la exregente María Cristina, se unió a los moderados más liberales e intentó organizar un levantamiento, apoyándose en una serie de oficiales y algunas de las figuras que, años más tarde, se convertirían en destacados políticos como Antonio Cánovas del Castillo. El 28 de junio O'Donnell, que se había escondido en Madrid, se unió y se enfrentó a las tropas leales al gobierno en Vicálvaro, en lo que se conoció como La Vicalvarada, pero no hubo un ganador claro. A lo largo de junio y julio otras tropas se sumaron a la sublevación en Barcelona. El 17 de julio, en Madrid, civiles y militares salieron a las calles en una sucesión de hechos violentos, poniendo en peligro la vida de la madre de la reina, María Cristina, que tuvo que buscar refugio. Las barricadas y el reparto de armas dieron la victoria a los insurgentes.

Tras algunos intentos desesperados por parte de la reina de nombrar un presidente del consejo para contener los disturbios, finalmente se rindió a la evidencia y, siguiendo las órdenes de su madre, nombró presidente a Espartero. Esto marcó el comienzo del llamado bienio progresista.

El 28 de julio de 1854, Espartero y O'Donnell entraron en Madrid, aclamados por la multitud como héroes. Espartero se vio obligado a nombrar a O'Donnell ministro de Guerra debido a su popularidad y al control que ejercía sobre grandes sectores de las fuerzas armadas. Esta comunión entre los dos, aparentemente leales el uno al otro, no estuvo exenta de problemas. Mientras O'Donnell intentaba contrarrestar las prácticas liberales progresistas de Espartero en cuanto a su posición sobre la Iglesia y la desamortización, el ex regente buscaba un camino hacia el liberalismo en España, muy influido por su propia personalidad y los cambios que se estaban produciendo en Europa.

El bienio fue, por tanto, un período marcado por una coalición entre moderados más "de izquierda" y progresistas más "de derecha", en el que se restablecieron leyes progresistas, como la ley de Ayuntamientos y Milicias, y se redactó una nueva constitución. redactado, pero nunca fue promulgado. La principal obra legislativa del Bienio fueron las reformas económicas, encaminadas a consolidar la clase media. Entre las medidas económicas estaban la desamortización de Madoz y la ley de ferrocarriles.

La nueva desamortización afectó al patrimonio de los ayuntamientos y, en menor medida, a la Iglesia, órdenes militares y algunas instituciones de beneficencia. El número de bienes nacionalizados fue mucho mayor que en 1837. Los objetivos eran sanear el erario y costear la construcción del ferrocarril. Esta desamortización tuvo graves consecuencias: para los ayuntamientos, perder suelo significaba perder uno de sus principales medios de financiación.

La Ley de Ferrocarriles se publicó en 1855 para regular la construcción de la red ferroviaria y buscar inversores para su desarrollo. No había grandes inversores en España, por lo que el capital era extranjero. Además, la infraestructura y los trenes eran ingleses, lo que no favorecía a las industrias siderúrgicas españolas. Además, el ancho de vía era diferente al europeo; el ferrocarril no se convertiría en el negocio que se esperaba que fuera.

Por otro lado, aumentó el malestar social, como en el levantamiento de Barcelona contra el servicio militar obligatorio, los bajos salarios y las largas jornadas laborales. El gobierno reaccionó introduciendo algunas mejoras laborales y el derecho de asociación. La crisis definitiva llegó en 1856, con numerosos levantamientos que obligaron a Espartero a dimitir. La reina nombró a O'Donnell como jefe de gobierno.

La experiencia del bienio llegó a su fin cuando se consumó la ruptura entre los dos "espadachines", los generales Espartero y O'Donnell. O'Donnell había estado trabajando en la Unión Liberal mientras vivía con Espartero en el gobierno. Las propias elecciones de 1854 a las Cortes Constituyentes dieron mayor número de escaños a los partidarios de las primeras que a los de las segundas. No es de extrañar, por tanto, que los intentos de convivencia se derrumbaran en el momento de la desamortización de Madoz y la cuestión religiosa, cuando se presentó a las Cortes un proyecto de ley que declaraba que nadie podía ser molestado por sus creencias. La propuesta fue aprobada y se rompieron las relaciones con la Santa Sede, cayendo el Concordato de 1851. Pero O'Donnell no estaba preparado para permitir que esta situación continuara. Espartero, consciente de la situación, activó sus recursos en defensa del liberalismo movilizando a la Milicia Nacional y a la prensa contra los ministros moderados, pero la Reina prefirió conceder el cargo de primer ministro a O'Donnell en una situación tan inestable, a la que se sumaban las revueltas carlistas de Valencia y una grave crisis económica. situación. Ambos bandos se enfrentaron en acciones militares en las calles los días 14 y 15 de julio de 1856, donde Espartero prefirió retirarse.

El bienio moderado y los gobiernos de la Unión Liberal (1856-1863)

Una vez nombrado presidente del Consejo de Ministros, O'Donnell restauró la Constitución de 1845 con un Acta Adicional con la que pretendía atraer a los sectores liberales. Las luchas entre las distintas facciones moderadas y liberales, y entre ellas mismas, continuaron a pesar de todo. Tras los hechos de julio, la debilidad de O'Donnell llevó a la reina a cambiar de gobierno nuevamente con Narváez el 12 de octubre de 1856. La inestabilidad continuó y la reina ofreció la presidencia a Bravo Murillo, quien se negó y el general Francisco Armero asumió el cargo por menos de tres meses. El 14 de enero de 1858 le sucedió Francisco Javier Istúriz.

El regreso de O'Donnell marcaría el inicio del largo período de gobiernos de la Unión Liberal. El 30 de junio de 1858, O'Donnell formó un gobierno en el que se reservó el Ministerio de Guerra. El gabinete duró cuatro años y medio, hasta el 17 de enero de 1863, y fue el gobierno más estable de la época. Aunque hubo cambios ocasionales, no tuvo más de una docena de ministros. Los miembros clave del nuevo ejecutivo eran el ministro de Hacienda, Pedro Salaverría, quien estaba a cargo de mantener la reactivación económica, y el ministro del interior, José de Posada Herrera, quien controlaba con maestría y destreza las listas electorales y cualquier mala conducta de los los miembros del nuevo partido Unión Liberal.

Se restableció la constitución de 1845 y las elecciones a las Cortes del 20 de septiembre de 1858 otorgaron a la Unión Liberal el control absoluto del poder legislativo. Las acciones más importantes fueron las grandes inversiones en obras públicas, incluida la aprobación de créditos extraordinarios, que permitieron el desarrollo de los ferrocarriles y el perfeccionamiento del ejército; prosiguió la política de desamortización, aunque el Estado entregó a cambio la deuda pública a la Iglesia y restableció el Concordato de 1851; se aprobaron varias leyes que luego serían claves y cuya vigencia se prolongó hasta el siglo XX: la Ley Hipotecaria (1861), la reforma administrativa interna de la Administración Central y los municipios y el primer Plan de Caminos. En su detrimento,

Levantamientos carlistas y campesinos

En 1860 se produjo el desembarco carlista en San Carlos de la Rápita, encabezado por el pretendiente al trono Carlos Luis de Borbón y Braganza en un intento de desembarcar el equivalente a un regimiento de leales de Baleares cerca de Tarragona para iniciar un nuevo carlista. guerra, que terminó en un rotundo fracaso. También estuvo el Levantamiento Campesino de Loja encabezado por el veterinario Rafael Pérez del Álamo, primer gran movimiento campesino en defensa de la tierra y el trabajo, que fue reprimido y aplastado en poco tiempo con varias sentencias de muerte.

La política exterior

En política exterior, durante los gobiernos de la Unión Liberal se produjeron las denominadas acciones de “prestigio” o “exaltación patriótica”, que contaron con un amplio respaldo popular, como la Expedición franco-española a Cochinchina de 1857 a 1862; participación en la Guerra de Crimea; la Guerra de África de 1859, en la que O'Donnell obtuvo un gran apoyo popular y prestigio al consolidar las posiciones de Ceuta y Melilla, pero no pudo hacerse con Tánger por la presión británica; la expedición anglo-franco-española a México; la anexión de Santo Domingo en 1861; y la cuestionable e innecesaria Primera Guerra del Pacífico en 1863.

Estas acciones de política exterior fueron un intento de frenar el declive de España como potencia colonial, que se había producido tras la independencia de los países sudamericanos y la derrota de Trafalgar, mientras que su papel en Europa había disminuido considerablemente. Mientras tanto, Francia y Gran Bretaña habían ocupado el espacio europeo y sus respectivos imperios estaban activos en América, Asia y África.

En principio, la política exterior de la época isabelina trató de limitarse a mantener el estatus de España como potencia de segunda, pero esto se vio limitado en varios aspectos. En primer lugar, la falta de definición de la acción internacional española, incluso durante los gobiernos de la Unión Liberal; en segundo lugar, el mantenimiento de los intereses económicos en diferentes partes del mundo que, sin embargo, no podrían ser atendidos por un ejército moderno capaz de enfrentar los desafíos de moverse alrededor del globo; en tercer lugar, la propia ineficacia de la reina y la falta de conocimiento de la política internacional; y en cuarto lugar, la fuerza militar y económica de Francia y Gran Bretaña.

En cuanto al contexto europeo, el panorama europeo había cambiado. Por un lado, Gran Bretaña y Francia, lejos de enfrentarse como en el pasado, se habían aliado, ayudando a Isabel II a mantenerse en el trono. Prusia, Austria y Rusia eran partidarios de los carlistas, a los que prestaron su apoyo más o menos velado. En estas circunstancias, España se adhirió a la Cuádruple Alianza de 1834 junto con Portugal bajo unas sencillas premisas: Francia y Gran Bretaña apoyaban a la monarquía isabelina siempre que mantuviera una política exterior consensuada con ambas, aunque cuando las dos grandes potencias ocupaban posiciones diferentes, España podía defenderse. su propia posición.

La caída del gobierno de la Unión Liberal

En 1861 se multiplicó la política de acoso al gobierno de O'Donnell por parte de los partidos Moderado y Progresista. Personajes influyentes como Cánovas, Antonio de los Ríos Rosas -uno de sus fundadores- y el propio general Juan Prim, entre otros, abandonaron la Unión Liberal por desacuerdos con el gabinete. La queja más común fue la traición a las ideas que habían llevado al poder al prestigioso general. A ellos se unieron miembros del ejército y la burguesía catalana. Las discrepancias en el gabinete no se resolvieron con la salida de Posada Herrera en enero de 1863. Así, el 2 de marzo la reina aceptó la dimisión de O'Donnell.

Crisis final del reinado (1863-1868)

Después del bienio progresista, se restableció la constitución de 1845 y la Unión Liberal permaneció en el poder bajo O'Donnell (1856-1863). Narváez regresó, en un período tranquilo, con la instauración del orden estatal centralizado y tras la detención del proceso desamortizador de Madoz. La política exterior se utilizó para evitar que la población se centrara en los problemas internos. España se vio envuelta en conflictos en Marruecos, Indochina y México. En 1863 ganó la coalición de progresistas, demócratas y republicanos, aunque Narváez llegó al poder, con un gobierno dictatorial que finalizó en 1868, cuando estalló una nueva revolución, dirigida contra el gobierno y la reina Isabel II: la Revolución Gloriosa.Reemplazar a O'Donnell no fue fácil. Los partidos tradicionales tuvieron más que su parte de problemas y enfrentamientos entre sus miembros. Fueron los moderados, a través del general Fernando Fernández de Córdova, quienes ofrecieron la posibilidad de formar un gabinete. Los progresistas, encabezados por Pascual, consideraron conveniente disolver las Cortes. Al final, la reina encomendó el gobierno a Manuel Pando Fernández de Pineda, conde de Miraflores, quien contó con escasos apoyos, y aunque intentó involucrar a los progresistas en el juego político, estos decidieron retirarse. Su presidencia duró sólo hasta enero de 1864. Otros siete gobiernos se sucedieron hasta la revolución de 1868, incluido el presidido por Alejandro Mon y Menéndez el 1 de marzo de 1864. que incluía por primera vez a Cánovas como ministro del Interior ya Salaverría como ministro de Hacienda. Por su parte, los progresistas daban por vencido a Espartero, y Olózaga, junto a Prim, comenzaba a formar una alternativa que desconfiaba de la capacidad de Isabel II para superar la crisis permanente.

Narváez formó gobierno el 16 de septiembre de 1864 con la intención de unir fuerzas y aglutinar un espíritu unionista que permitiera a los progresistas integrarse en la política activa, temerosos de que el cuestionamiento del reinado fuera más allá. La negativa progresiva a participar en un sistema que consideraban corrupto y obsoleto llevó a Narváez al autoritarismo y una cascada de renuncias dentro del gabinete. A todo ello se sumaron, para descrédito del gobierno, los hechos de la Noche de San Daniel del 10 de abril de 1865. Los universitarios de la capital protestaban contra las medidas de Antonio Alcalá Galiano, que pretendía acabar con el espíritu de racionalismo. y el krausismo desde las aulas, manteniendo la antigua doctrina de la moral oficial de la Iglesia Católica,La Democracia, donde denunció la venta del Real Patrimonio con la apropiación por parte de la reina del 25% de los ingresos. La dura represión gubernamental de las protestas provocó la muerte de trece estudiantes universitarios.

La crisis llevó a la formación de un nuevo gobierno el 21 de junio con el regreso al Ministerio de Hacienda de O'Donnell, Cánovas y Manuel Alonso Martínez, entre otras personalidades. Entre otras medidas, se aprobó una nueva ley que aumentó el cuerpo electoral a 400.000 electores, casi el doble que el anterior, y se convocaron elecciones a Cortes. Sin embargo, antes de la celebración de las elecciones, los progresistas anunciaron que mantendrían su retirada. Prim se sublevó en Villarejo de Salvanés en un claro giro político que apostaba por la toma del poder por la fuerza, pero el golpe no fue bien planificado y fracasó. Una vez más, la actitud hostil de los progresistas enervaba a O'Donnell, quien reforzaba el contenido autoritario del gobierno, lo que desembocó en el levantamiento del Cuartel de San Gil el 22 de junio.

O'Donnell se retiró exhausto de la vida política y el 10 de julio fue sustituido por Narváez, que condonó las sentencias no ejecutadas de los sublevados pero mantuvo el rigor autoritario con expulsiones de republicanos y krausistas de las cátedras y el reforzamiento de la censura y el orden público. A la muerte de Narváez, le sucedió el 23 de abril de 1868 el autoritario Luis González Bravo, pero la revolución se había fraguado y el fin de la monarquía se acercaba el 19 de septiembre con La Gloriosa al grito de "¡Abajo los Borbones! ¡Viva España!". ¡con honor!", mientras que Isabel II se exilió para iniciar el período democrático.

La creación del estado centralizado

El estado centralizado representa la gran aportación de los moderados, sobre todo por su duración, porque está vigente hasta el Estado de las Autonomías. El estado centralizado no formaba parte de la constitución de 1845, sino que fue creado por leyes orgánicas. El arquitecto fue Pedro José Pidal, quien importó el modelo napoleónico de centralización realizado durante el consulado. Según Napoleón, el centralismo consistía en crear una administración controlada por agentes unipersonales. El eslabón más importante era el gobierno central, seguido de los departamentos, encabezados por prefectos, y por debajo estaba el maire al frente de cada unidad territorial básica. Adaptado a España, la reina y el jefe de gobierno se sitúan en primer lugar. En el segundo rango están los gobernadores civiles, a la cabeza de las provincias y designados por el gobierno central;

Dentro del estado centralizado español, destacaron las diputaciones provinciales, que habían tenido un gran poder político y económico, pero con los moderados su poder se redujo a un órgano consultivo. El principal apoyo de cada gobernador civil era la diputación provincial, nombrada desde Madrid, que actuaba como tribunal de lo contencioso-administrativo, mediando entre los ciudadanos y la administración. Dentro de los ayuntamientos, todos los regidores son elegidos por sufragio censal y deben ser aceptados por el alcalde y el gobernador civil. El alcalde debe mantener el orden público, ajustándose a lo que designe el gobierno central, el cual, en algunos casos, se reserva el derecho de nombrar un Corregidor en lugar de un alcalde, dado que el alcalde fue elegido por elección y el Corregidor fue elegido a dedo.

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