Transición española a la democracia

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La transición española a la democracia, conocida en España como la Transición ("la Transición") o la Transición española, es un período de la historia española moderna que abarca el cambio de régimen que movió de la dictadura franquista a la consolidación de un sistema parlamentario, en forma de monarquía bajo Juan Carlos I.

Según los estudiosos, el proceso de democratización se inició tras la muerte del dictador Francisco Franco, en noviembre de 1975. Los historiadores discrepan sobre la fecha exacta en que se completó la transición: algunos dicen que terminó después de las elecciones generales de 1977, mientras que otros la sitúan más tarde, cuando la Se aprueba la Constitución de 1978. Otros sugieren que terminó con el fracaso del intento de golpe de estado de 1981. A más tardar, se dice que la Transición ha terminado con el primer traspaso pacífico del poder ejecutivo, tras la victoria del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) en las elecciones generales de 1982.

Si bien se cita a menudo como un paradigma de transición pacífica y negociada, la violencia política durante la transición española fue mucho más frecuente que durante los procesos de democratización análogos en Grecia o Portugal, con el surgimiento de grupos terroristas separatistas, revolucionarios, fascistas y vigilantes.

Rol político de Juan Carlos I

El general Francisco Franco llegó al poder en 1939, después de la Guerra Civil española (1936-1939), y gobernó como dictador hasta su muerte en 1975. En 1969, designó al príncipe Juan Carlos, nieto del rey más reciente de España, Alfonso XIII, como su sucesor oficial. Durante los siguientes seis años, el príncipe Juan Carlos permaneció inicialmente en un segundo plano durante las apariciones públicas y parecía dispuesto a seguir los pasos de Franco. Una vez en el poder como Rey de España, sin embargo, facilitó el desarrollo de una monarquía constitucional como su padre, Don Juan de Borbón, había defendido desde 1946.

La transición fue un plan ambicioso que contó con un amplio apoyo tanto dentro como fuera de España. Los gobiernos occidentales, encabezados por Estados Unidos, favorecían ahora una monarquía constitucional española, al igual que muchos capitalistas liberales españoles e internacionales.

Sin embargo, la transición resultó desafiante, ya que el espectro de la Guerra Civil todavía rondaba a España. Los franquistas de extrema derecha disfrutaban de un apoyo considerable dentro del ejército español, y la gente de izquierda desconfiaba de un rey que le debía su posición a Franco. Para que la transición tuviera éxito, el ejército necesitaba abstenerse de intervenir en el proceso político en nombre de los elementos franquistas dentro del gobierno existente, mientras que la oposición de izquierda necesitaba evitar la provocación de sus propios elementos más radicales.

El rey Juan Carlos I inició su reinado como jefe del Estado sin salir de los confines del ordenamiento jurídico franquista. Como tal, juró fidelidad a los Principios del Movimiento Nacional, sistema político de la época franquista; tomó posesión de la corona ante las Cortes Españolas franquistas; y respetó la Ley Orgánica del Estado para el nombramiento de su primer jefe de gobierno. Sólo en su discurso ante las Cortes manifestó su apoyo a una transformación del sistema político español.

El gobierno de Carlos Arias Navarro (noviembre de 1975 – julio de 1976)

El Rey no nombró inicialmente a un nuevo presidente del Gobierno, dejando en su puesto al actual jefe de Gobierno de Franco, Carlos Arias Navarro. Arias Navarro no había planeado inicialmente una reforma del régimen franquista; en el Consejo Nacional del Movimiento, asamblea consultiva del partido gobernante FET y de las JONS (Falange) y otros grupos del Movimiento Nacional, declaró que el propósito de su gobierno era la continuidad del franquismo a través de una "democracia en el Camino español" (español: democracia a la española). Creía que los cambios políticos debían ser limitados: daría al parlamento, las Cortes Españolas, la tarea de "actualizar nuestras leyes e instituciones como Franco hubiera querido".

El programa de reformas adoptado por el gobierno fue el propuesto por Manuel Fraga, rechazando el proyecto de Antonio Garrigues de elegir una asamblea constituyente. El programa de Fraga pretendía alcanzar una "democracia liberal" que fuera "comparable al resto de países de Europa Occidental" mediante un "proceso gradual y controlado", mediante una serie de reformas de las Leyes Fundamentales del Reino pseudoconstitucionales. Por eso su propuesta fue bautizada como una "reforma en la continuidad", y su apoyo provino mayoritariamente de quienes defendían un modelo sociológico franquista.

Para que la reforma tuviera éxito, tenía que ganarse el apoyo de la facción de núcleo duro franquista conocida como el Búnker, que tenía una presencia importante en las Cortes y el Consejo Nacional del Movimiento, las dos instituciones que tendrían que aprobar finalmente las reformas. de las Leyes Fundamentales. También tuvo que ganarse el apoyo de las Fuerzas Armadas y de la Organización Obrera Española. Además, necesitaba complacer a la oposición democrática al franquismo. El enfoque hacia los disidentes fue que no serían parte del proceso de reforma, pero se les permitiría participar en la política de manera más general, con la excepción del Partido Comunista de España (Partido Comunista de España, PCE).Esta reforma conservadora se inspiró en parte en el período histórico de la Restauración borbónica semidemocrática (1876-1931) y fue criticada por no tener en cuenta las circunstancias sociales y políticas de la época.

El proyecto confluyó en una propuesta de reforma de tres de las Leyes Fundamentales, pero los cambios exactos los determinaría una comisión mixta del Gobierno y el Consejo Nacional del Movimiento, como propusieron Torcuato Fernández-Miranda y Adolfo Suárez. La creación de la comisión significó que Fraga y los reformistas perdieran el control de gran parte de la dirección legislativa del país; los reformistas habían estado planeando unas "Leyes de Asamblea y Asociación" actualizadas, que incluían una reforma del Código Penal español. Aun así, la nueva Ley de Asamblea fue aprobada por las Cortes franquistas el 25 de mayo de 1976, que permitía la manifestación pública con autorización del Gobierno.El mismo día también se aprueba la Ley de Asociaciones Políticas, apoyada por Suárez, quien afirmó en sesión parlamentaria que “si España es plural, las Cortes no pueden permitirse el lujo de negarlo”. La intervención de Suárez a favor de esta reforma conmocionó a muchos, incluido Juan Carlos I. Esta intervención fue clave en la decisión de Juan Carlos de nombrar a Suárez como presidente del Gobierno en el mes siguiente.

La reforma Arias-Fraga se vino abajo el 11 de junio, cuando las Cortes rechazaron la modificación del Código Penal, que antes tipificaba como delito la afiliación a un partido político distinto de FET y de las JONS.Los miembros de las Cortes, que se opusieron con vehemencia a la legalización del Partido Comunista, añadieron una enmienda a la ley que prohibía las organizaciones políticas que "se sometieran a una disciplina internacional" y "abogaran por la implantación de un régimen totalitario". Javier Tusell ha señalado que "los que en el pasado estaban en la cama con el totalitarismo ahora se sienten con derecho a prohibir el totalitarismo de los demás". También fracasaron las reformas de las Leyes Fundamentales que regulaban la sucesión real y la composición de las Cortes, diseñadas por Fraga. Fraga había pretendido hacer las Cortes bicamerales, con una cámara elegida por sufragio universal y la otra con carácter "orgánico".

Primer gobierno de Adolfo Suárez (julio de 1976 – junio de 1977)

Torcuato Fernández-Miranda, presidente del Consejo del Reino, colocó a Adolfo Suárez en una lista de tres candidatos a elegir por el rey Juan Carlos para convertirse en el nuevo jefe de Gobierno, en sustitución de Arias Navarro. El rey eligió a Suárez porque sintió que podía enfrentar el desafío del difícil proceso político que se avecinaba: persuadir a las Cortes, que estaban compuestas por políticos franquistas designados, para que desmantelaran el sistema de Franco. De esta manera, actuaría formalmente dentro del ordenamiento jurídico franquista y evitaría así la perspectiva de una intervención militar en el proceso político. Suárez fue designado como el 138º presidente del Gobierno de España por Juan Carlos el 3 de julio de 1976, medida a la que, dado su pasado franquista, se opusieron izquierdistas y algunos centristas.

Como presidente del Gobierno, Suárez presentó rápidamente un programa político claro basado en dos puntos:

Este programa fue claro e inequívoco, pero su realización puso a prueba la capacidad política de Suárez. Tenía que convencer tanto a la oposición para que participara en su plan como al ejército para que el proceso transcurriera sin interrupciones, y al mismo tiempo necesitaba controlar la situación en el País Vasco.

A pesar de estos desafíos, el proyecto de Suárez se llevó a cabo sin demora entre julio de 1976 y junio de 1977. Tuvo que actuar en muchos frentes durante este corto período de tiempo para lograr sus objetivos.

El proyecto de Ley para la Reforma Política fue redactado por Torcuato Fernández-Miranda, presidente de las Cortes, quien lo entregó al gobierno de Suárez en julio de 1976. El proyecto fue aprobado por el gobierno de Suárez en septiembre de 1976 Para abrir la puerta a la democracia parlamentaria en España, esta legislación no podía simplemente crear un nuevo sistema político eliminando los obstáculos puestos por el franquismo contra la democracia: tenía que liquidar el sistema franquista a través de las propias Cortes franquistas. Las Cortes, bajo la presidencia de Fernández-Miranda, debatieron esta ley a lo largo del mes de noviembre; finalmente lo aprobó, con 425 votos a favor, 59 en contra y 13 abstenciones.

El gobierno de Suárez buscó ganar más legitimidad para los cambios a través de un referéndum popular. El 15 de diciembre de 1976, con una tasa de participación del 77,72%, el 94% de los votantes indicó su apoyo a los cambios. A partir de este momento se pudo iniciar el proceso electoral (segunda parte del programa de Suárez), que serviría para elegir a los miembros de las Cortes Constituyentes, organismo que se encargaría de elaborar una constitución democrática.

Cumplida esta parte de su plan, Suárez debía resolver otra cuestión: ¿debía incluir a los grupos de oposición que no habían participado al inicio de la transición? Suárez también tuvo que lidiar con un tercer problema: la reconciliación con la oposición antifranquista.

Relaciones del gobierno de Suárez con la oposición

Suárez adoptó una serie de medidas políticas para agregar credibilidad a su proyecto. Emitió una amnistía política parcial en julio de 1976, liberando a 400 prisioneros; luego extendió esto en marzo de 1977 y finalmente concedió una amnistía general en mayo del mismo año. En diciembre de 1976 se disolvió el Tribunal de Orden Público (TOP), una especie de policía secreta franquista. El derecho de huelga fue legalizado en marzo de 1977, concediéndose el derecho de sindicación al mes siguiente. También en marzo, una nueva ley electoral (Ley Electoral) introdujo el marco necesario para armonizar el sistema electoral español con el de otros países con democracias parlamentarias liberales.

A través de estas y otras medidas de gobierno, Suárez cumplió con las condiciones que los grupos de oposición exigieron por primera vez en 1974. Estas fuerzas de oposición se reunieron en noviembre de 1976 para crear una plataforma de organizaciones democráticas.

Suárez había iniciado el contacto político con la oposición al reunirse con Felipe González, secretario general del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), en agosto de 1976. La actitud positiva del líder socialista dio un nuevo apoyo a Suárez para llevar adelante su proyecto político, pero todos percibieron claramente que el gran problema para la normalización política del país sería la legalización del PCE, que en ese momento tenía más militantes y estaba más organizado que cualquier otro grupo de la oposición política. Sin embargo, en una reunión entre Suárez y los más importantes jefes militares en septiembre, los oficiales se declararon enérgicamente contrarios a la legalización del PCE.

El PCE, por su parte, actuó cada vez más públicamente para expresar sus opiniones. Según los comunistas, la Ley de Reforma Política era antidemocrática y las elecciones a Cortes Constituyentes debían ser convocadas por un gobierno provisional que formara parte de las fuerzas políticas de la oposición. La oposición no mostró ningún entusiasmo por la Ley de Reforma Política. Suárez tuvo que arriesgarse aún más para involucrar a las fuerzas opositoras en su plan.

En diciembre de 1976, el PSOE celebraba su 27º Congreso en Madrid, y comenzaba a desvincularse de las demandas del PCE, afirmando que participaría en la próxima convocatoria de elecciones a Cortes Constituyentes. A principios de 1977, año de las elecciones, Suárez se enfrentó al problema de la legalización del PCE. Tras la indignación pública suscitada por la Masacre de Atocha en enero de 1977 contra sindicalistas y comunistas, Suárez dialogó con el secretario general del PCE, Santiago Carrillo, en febrero. La voluntad de Carrillo de cooperar sin exigencias previas y su oferta de un "pacto social" para el período posterior a las elecciones empujaron a Suárez a dar el paso más arriesgado de la transición: la legalización del PCE en abril de 1977. Sin embargo,Unión General de Trabajadores (UGT) Unión socialista, en comparación con la entonces CCOO de orientación comunista. La forma en que se contrarrestó estratégicamente un sindicato unificado es una característica importante de la transición española, ya que limitó la oposición radical y creó las bases para un sistema fracturado de relaciones laborales.

Relaciones del gobierno de Suárez con el ejército español

Adolfo Suárez sabía bien que el Búnker —un grupo de franquistas de línea dura encabezados por José Antonio Girón y Blas Piñar, utilizando como portavoces los diarios El Alcázar y Arriba— tenía estrechos contactos con oficiales del ejército y ejercía influencia sobre importantes sectores de la el militar. Estas fuerzas podrían constituir un obstáculo insuperable si provocaran una intervención militar contra la reforma política.

Para resolver el problema, Suárez pretendía apoyarse en un grupo liberal dentro de las fuerzas armadas, centrado en el general Díez Alegría. Suárez otorgó a los integrantes de este grupo los puestos de autoridad con mayor responsabilidad. La personalidad más destacada de esta facción dentro del ejército fue el general Manuel Gutiérrez Mellado. Sin embargo, en julio de 1976, el vicepresidente de Asuntos de Defensa era el general Fernando de Santiago, miembro de un grupo de línea dura dentro del ejército. De Santiago había mostrado su inquietud antes, durante la primera amnistía en julio de 1976. Se había opuesto a la ley que otorgaba el derecho a sindicalizarse. Suárez destituyó a Fernando de Santiago y nombró en su lugar a Gutiérrez Mellado. Este enfrentamiento con el general de Santiago provocó que gran parte del ejército se opusiera a Suárez, oposición que se intensificó aún más cuando se legalizó el PCE.

Mientras tanto, Gutiérrez Mellado promovió a los funcionarios que apoyaban la reforma política y destituyó a aquellos mandos de las fuerzas de seguridad (Policía Armada y Guardia Civil) que parecían partidarios de preservar el régimen franquista.

Suárez quería demostrarle al ejército que la normalización política del país no significaba ni anarquía ni revolución. En esto contó con la cooperación de Santiago Carrillo, pero de ninguna manera podía contar con la cooperación de grupos terroristas.

Resurgimiento de la actividad terrorista

El País Vasco permaneció, durante la mayor parte de este período, en un estado de turbulencia política. Suárez concedió una amnistía en varias etapas a numerosos presos políticos vascos, pero continuaron los enfrentamientos entre la policía local y los manifestantes. El grupo separatista ETA, que a mediados de 1976 parecía abierto a una tregua limitada tras la muerte de Franco, retomó de nuevo el enfrentamiento armado en octubre. El tiempo de 1978 a 1980 serían los tres años más mortíferos de ETA. Sin embargo, fue entre diciembre de 1976 y enero de 1977 cuando una serie de atentados provocaron una situación de alta tensión en España.

Los maoístas GRAPO (Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre) iniciaron su lucha armada bombardeando lugares públicos, y luego continuaron con el secuestro de dos importantes figuras del régimen: el Presidente del Consejo de Estado José María de Oriol, y el General Villaescusa, Presidente del Consejo Superior de Justicia Militar. Desde la derecha, durante estos secuestros, miembros de la neofascista Alianza Apostólica Anticomunista realizaron la masacre de Atocha, tres de ellos abogados laboralistas, en un despacho de la calle Atocha de Madrid, en enero de 1977.

En medio de estas provocaciones, Suárez convocó su primera reunión con un importante número de líderes opositores, quienes publicaron una condena al terrorismo y dieron su apoyo a las acciones de Suárez. Durante este tiempo turbulento, el Búnker capitalizó la inestabilidad y declaró que el país estaba al borde del caos.

A pesar del aumento de la violencia por parte de ETA y GRAPO, en junio de 1977 se llevaron a cabo elecciones para Cortes Constituyentes.

Primeras elecciones y proyecto de Constitución

Las elecciones celebradas el 15 de junio de 1977 confirmaron la existencia de cuatro importantes fuerzas políticas, a nivel nacional. Los votos se distribuyeron de la siguiente manera:

Con el éxito del Partido Nacionalista Vasco (Euskera: EAJ, Euzko Alderdi Jeltzalea; español: PNV, Partido Nacionalista Vasco) y el Pacto Democrático por Cataluña (PDC, Pacte Democrátic per Catalunya) en sus respectivas regiones, los partidos nacionalistas también comenzaron a mostrar su fuerza política en estas elecciones.

Las Cortes Constituyentes (parlamento español elegido) comenzaron entonces a redactar una constitución, a mediados de 1977. En 1978, se aprobó el Pacto de la Moncloa: un acuerdo entre políticos, partidos políticos y sindicatos para planificar cómo operar la economía, durante la transición. La Constitución Española de 1978 pasó a ser aprobada en referéndum, el 6 de diciembre de 1978.

Gobiernos de la UCD

El partido del presidente del Gobierno Adolfo Suárez, la UCD, obtuvo la mayoría absoluta, pero no la mayoría absoluta, tanto en las elecciones de junio de 1977 como en las de marzo de 1979. Para ejercer el poder, la UCD tuvo que formar coaliciones parlamentarias con otros partidos políticos. Desde 1979, el gobierno dedicó gran parte de su tiempo a trabajar para mantener unidas a las muchas facciones dentro del propio partido, así como a sus coaliciones. En 1980, el gobierno de Suárez había logrado, en su mayor parte, su objetivo de una transición a la democracia y carecía de una agenda más clara. Muchos miembros de la UCD eran bastante conservadores y no querían más cambios. Por ejemplo, un proyecto de ley para legalizar el divorcio causó mucha disensión dentro de la UCD, a pesar de ser apoyado por la mayoría de la población. La coalición UCD se vino abajo.

Los enfrentamientos entre las distintas facciones, al interior del partido, erosionaron la autoridad de Suárez y su papel como líder. La tensión estalla en 1981: Suárez dimite como jefe de Gobierno y se nombra a Leopoldo Calvo Sotelo, primero para dirigir el nuevo gabinete, y luego, para la presidencia de la UCD; los socialdemócratas encabezados por Francisco Fernández Ordóñez desertaron de la coalición y luego se unieron al PSOE, mientras que los demócratas cristianos se fueron para formar el Partido Democrático Popular.

Si bien la normalización democrática había logrado convencer a ETA (pm), la facción "político-militar" de ETA, de abandonar las armas y entrar en la política parlamentaria, no detuvo la continuación de los atentados terroristas de ETA (m) ("ETA Military"; luego simplemente "ETA") o en menor medida, GRAPO. Mientras tanto, la inquietud en varios sectores de las fuerzas armadas creó el temor de un golpe militar inminente. Elementos reaccionarios del ejército intentaron un golpe de Estado conocido como 23-F, en el que el teniente coronel Antonio Tejero lideró una ocupación por parte de un grupo de la Guardia Civildel Congreso de los Diputados, en la tarde del 23 de febrero de 1981. Los golpistas afirmaron actuar en nombre del rey. Sin embargo, a primera hora de la mañana siguiente, Juan Carlos pronunció un discurso a nivel nacional en contra de ella de manera inequívoca, diciendo que "la Corona, símbolo de la permanencia y unidad de la nación, no tolerará, en grado alguno, las acciones o conductas de quien intente, mediante el uso de la fuerza, para interrumpir el proceso democrático”. El golpe se rompió más tarde ese día, pero demostró la existencia de elementos insurreccionales dentro del ejército.

Primer gobierno de Felipe González (1982-1986)

Calvo Sotelo disolvió el parlamento y convocó elecciones en octubre de 1982. En las elecciones de 1979, la UCD había logrado la mayoría absoluta, pero en 1982 sufrió una derrota espectacular con sólo 11 escaños en el Parlamento. Las elecciones de 1982 dieron la mayoría absoluta al PSOE, que ya llevaba muchos años preparando su imagen de gobierno alternativo.

En el 28º Congreso del PSOE en mayo de 1979, el secretario general Felipe González renunció, en lugar de aliarse con los fuertes elementos revolucionarios que parecían dominar el partido. Se convocó un congreso especial en septiembre y realineó el partido en líneas más moderadas, renunciando al marxismo y permitiendo que González asumiera el cargo una vez más.

A lo largo de 1982, el PSOE confirmó su orientación moderada e incorporó a los socialdemócratas, que acababan de romper con la UCD.

La obtención de la mayoría absoluta en el parlamento en dos elecciones consecutivas (1982 y 1986), y exactamente la mitad de los escaños en 1989, permitió al PSOE legislar y gobernar sin pactar con el resto de fuerzas políticas parlamentarias. De esta forma, el PSOE podría hacer leyes para lograr los objetivos de su programa político, " el cambio ". Al mismo tiempo, el PSOE lideró muchas administraciones locales y regionales. Esta holgada mayoría política permitió al PSOE dotar al país de un largo período de tranquilidad y estabilidad, tras los intensos años de la transición.