Mitología cántabra

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La mitología de Cantabria hace referencia a los mitos, enseñanzas y leyendas de los cántabros, un pueblo celta prerromano de la región costera norte de Iberia (España). Con el tiempo, la mitología cántabra probablemente fue diluida por la mitología celta y la mitología romana y se perdieron algunos significados originales. Posteriormente, la ascendencia de la cristiandad absorbió o acabó con los ritos paganos de la mitología cántabra, celta y romana dando lugar a un sincretismo. Quedan algunas reliquias de la mitología cántabra.

Divinidades

Se conservan algunas reliquias y restos del culto cántabro a las divinidades protectoras. Un ejemplo es la estela cántabra de Barros que sugiere el culto a un dios sol. Otro ejemplo pueden ser las Hogueras de San Juan coincidiendo con el solsticio de verano. Una escultura de bronce hallada cerca de la localidad de Herrera en Camargo, Cantabria sugiere el culto a una figura masculina. Tal figura habría sido absorbida por el culto romano a Júpiter.

Estrabón, Horacio y Silio Itálico escriben sobre un dios cántabro de la guerra, más tarde identificado con el romano Marte. Al dios cántabro de la guerra se le ofrecían sacrificios de machos cabríos, caballos o gran número de prisioneros. Estos grandes sacrificios, o "hecatombes", iban acompañados de la bebida de la sangre aún caliente de los caballos.

Los cántabros consideraban a los caballos como animales sagrados. Tácito (56 d. C. - 120 d. C.) menciona que el pueblo germánico creía esto. En Germania X (98 d. C.), escribió, se sacerdotes enim ministros deorum, illos equos conscios putant ("los caballos mismos piensan en los sacerdotes como ministros de los dioses"). Horacio (65 a. C. - 8 a. C.) escribe, et laetum equino sanguine Concanum ("los cántabros, ebrios de sangre de caballos").

Julio Caro Baroja sugiere que pudo haber una deidad ecuestre entre los celtas hispanos, similar a la de los otros celtas europeos. La diosa celta de los caballos, adorada incluso en Roma, era Epona, que en la antigua Cantabria se llamaba Epane. Algunos vinculan el sacrificio de caballos con la variante celta del dios Marte y que los caballos representaban la reencarnación de Marte. En Numancia, donde hay ruinas de un asentamiento celta ibérico, las reliquias que representan al dios caballo están decoradas con signos solares.

San Martín de Braga relata los sacrificios humanos de los cántabros. Eran similares a los de los celtas de Galia en propósito. La víctima vestía una túnica fina. Su mano derecha fue cortada y consagrada a los dioses. La caída de la víctima y el estado de sus entrañas servían para predecir el futuro mientras que, al mismo tiempo, el pueblo buscaba la redención de los dioses.

Los cántabros, al ser una sociedad agraria, rendían culto a diosas madres de la fertilidad relacionadas con la Luna e que influían en las fases de siembra y recolección de las cosechas.

Un grupo celta que adoraba a un dios del mar fue asimilado al del romano Neptuno. En Castro Urdiales se encontró una estatuilla de esta deidad con rasgos de divinidad cántabra.

Los cántabros creían en la inmortalidad del espíritu. La cremación era la costumbre funeraria preferida. Sin embargo, los soldados caídos quedaron tendidos en el campo de batalla hasta que los buitres atacaron las entrañas. Esto significó que el alma del soldado fue llevada al más allá y reunida con sus ancestros en la gloria. Esta práctica está registrada en los grabados de la estela cántabra de Zurita.

El autosacrificio, por ejemplo mediante la inmolación y especialmente por parte de un líder militar, se consideraba una forma importante de cumplir la voluntad de los dioses para el bien colectivo. En la devotio, un líder o general se ofrecía en la batalla como sacrificio a los dioses para asegurar la victoria de su ejército.

Mitología telúrica y arbórea

La mitología que está conectada con el culto a Gaia, la Madre Tierra, se deriva de la divinización de los animales, los árboles, las montañas y las aguas como espíritus elementales. Esto fue común a los pueblos que recibieron influencias celtas.

Algunos lugares sagrados como el de Pico Dobra, en el valle de Besaya, datan de la época prerromana. Por otro lado, hay un altar dedicado al dios Erudinus, fechado en el año 399 EC, que demuestra que en Cantabria estos ritos persistieron después de la adopción del cristianismo como religión oficial del Imperio Romano. Ciertos topónimos también indican la presencia de antiguos lugares sagrados. Estos incluyen Peña Sagra ("Monte Sagrado"), Peña Santa ("Monte Santo"), Mozagro (Montem sacrum o "Monte Sagrado") y Montehano (montem fanum o "Monte del Santuario"). El Convento de San Sebastián de Hano data del siglo XIV EC pero una pequeña capilla preexistía al monasterio en el mismo sitio.

La divinización también ocurrió con respecto a los ríos y cuerpos de agua. En el monte Cildá había un espacio dedicado a la diosa madre, Mater Deva, una personificación del río Deva. En Otañes se realizó un ritual dedicado a la ninfa de un manantial que tenía propiedades medicinales. Plinio el Viejo menciona la existencia de tres manantiales intermitentes en Cantabria. Las Fuentes Tamaricas fueron veneradas por los cántabros como fuente de presagios proféticos. Plinio registró la existencia de tres fuentes cercanas entre sí cuyas aguas se unían en un estanque. Allí, el flujo se detendría entre 12 y 20 días. El cese del flujo fue interpretado por la gente como una señal negativa. Suetonio, en un relato sobre la vida de Galba, relata el hallazgo por parte de Galba de doce hachas en un lago durante su estancia en Cantabria. Suetonio menciona esto como un signo de buena adivinación. Allí se dejaban exvotos que sugerían una tradición de cultos relacionados con los lagos.Estas ofrendas a las Aguas de Stips incluían monedas de bronce de bajo valor, así como otras piezas de mayor valor como denari, aurei y solidi. Dichos elementos fueron encontrados en La Hermida, Peña Cutral, Alceda y en el río Híjar.

Los bosques también fueron divinizados por un grupo con claras influencias celtas. Algunas especies de árboles fueron especialmente respetadas como el tejo y el roble. Silio, Floro, Plinio e Isidoro de Sevilla escribieron sobre cántabros que se suicidaban tomando el veneno de la hoja de tejo. Se prefería la muerte a la esclavitud. Los tejos se plantaron en plazas, cementerios, iglesias, ermitas, palacios y casonas, ya que se consideraba un "árbol testigo". Junto a la iglesia de Santa María de Lebeña crece un tejo milenario. El sitio sagrado data de la época prerromana. Las reuniones del cabildo tenían lugar a la sombra del árbol.

El roble es una especie sagrada para los druidas. Aparece en el ritual celta del roble y el muérdago, donde se corta el muérdago de las ramas del roble. En Cantabria, el roble forma parte del folclore, creencias simbólicas y mágicas. El roble se utilizaba como árbol de mayo, poste que preside las festividades, alrededor del cual se bailaba para celebrar el renacimiento de la vegetación en primavera. El roble simbolizaba la unión entre el cielo y la tierra, como eje del mundo. El roble desempeñaba un papel en las ceremonias para atraer la lluvia y el fuego, ya que atraería los rayos.

Robles, hayas, encinas y tejos fueron utilizados por los cántabros como lugares de reunión tribal donde se enseñaban las leyes religiosas y profanas. Hasta hace poco era habitual convocar reuniones abiertas bajo árboles muy viejos. Por ejemplo, las juntas de Trasmiera convocadas en Hoz de Anero, Ribamontán al Monte, bajo un encinar.

Fechas significativas

En la mitología cántabra había fechas que tenían significado. Por ejemplo, durante el solsticio de verano, la "noche es mágica". La tradición dice que Caballucos del Diablu (caballitos del diablo), y las brujas pierden su poder después del anochecer y los curanderos (curanderos populares) ganan control sobre ellos. Cuando se recogen al amanecer, el trébol de cuatro hojas, el fruto del saúco, las hojas del sauce, el enebro común y el brezal curan y aportan felicidad. En Navidad, (solsticio de invierno) los cántabros celebraban ceremonias derivadas de los antiguos cultos a los árboles, al fuego y al agua. Las fuentes de los ríos y los balcones de las casas se vestían de flores. La gente bailaba y saltaba sobre fogatas.

Los momentos específicos del día, como el crepúsculo, eran importantes. Los cántabros hablaban del "Sol de Muertos", refiriéndose a esa última parte del día en que aún se veía el sol. Creían que el último destello del sol lo enviaban los muertos y que marcaba el momento en que los muertos volvían a la vida. Puede tener relación con un culto solar.

Criaturas mitologicas

Los cántabros creían no solo en divinidades telúricas y naturales, sino también en otros seres fabulosos. El pueblo los amaba o los temía y mantenía leyendas sobre ellos. Hay muchos seres así en la mitología cántabra.

El Ojáncanu ("Dolor de Cantabria"), un cíclope gigante, representaba la maldad, la crueldad y la brutalidad. Era la versión cántabra del Polifemo griego. Seres similares a los Ojáncanu se encuentran en otros panteones como la mitología extremeña en la que se encuentra el Jáncanu, Pelujáncanu o Jáncanas. También se encuentra en la mitología vasca como Tartalo o Torto. La Ojáncana o Juáncana era la esposa del Ojáncanu. Ella fue más despiadada y mató a sus hijos.

La Anjana era la antítesis de la Ojáncanu y la Ojáncana. Anjana era un hada buena y generosa que protegía a los honestos, a los amantes ya los que se perdían en los bosques o en los caminos.

Los goblins eran un gran grupo de pequeñas criaturas mitológicas, la mayoría traviesas. Había dos grupos. Uno eran los duendes domésticos que vivían en o alrededor de las casas e incluían a los Trasgu y los Trastolillu. El otro eran los duendes del bosque, los Trenti y los Tentiruju.

Otros seres de la mitología cántabra son el Ventolín, los Caballucos del Diablu, el Nuberu, el Musgosu, el Culebre y el Ramidreju.

La Sirenuca ("Sirenita") es una bella pero desobediente y mimada jovencita cuyo vicio era escalar los acantilados más peligrosos de Castro Urdiales para cantar con las olas. Ella se transformó en una ninfa de agua.

Otra leyenda popular es el Hombre-pez, la historia de un hombre de Liérganes al que le encantaba nadar y se perdió en el río Miera. Fue encontrado en la Bahía de Cádiz como un extraño ser acuático.

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