Literatura salvadoreña

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La literatura salvadoreña es literatura escrita en El Salvador. La literatura salvadoreña está escrita en español.

Orígenes de la literatura salvadoreña

Literatura colonial

Durante el período colonial, la literatura floreció en la metrópolis ibérica; en las colonias de América hubo también un notable cultivo de las artes, especialmente la arquitectura, las bellas artes y la música. Sin embargo, hubo barreras significativas para una aparición comparable en la literatura. Las autoridades religiosas controlaban celosamente la vida de los recién convertidos al cristianismo, insistiendo en que la expresión literaria estuviera al servicio de la fe y bajo su cuidadoso escrutinio. A pesar de ello, en las cortes virreinales de México y Lima surgió una importante tradición literaria secular. Esta literatura tendió a imitar los cánones metropolitanos, aunque en ocasiones nutrió una voz original y memorable como la de la poeta mexicana Juana Inés de la Cruz.

El territorio salvadoreño estaba lejos de los centros de cultura. La literatura pudo haber gozado de popularidad entre los pequeños círculos de criollos educados, pero hay poca evidencia de esto. La evidencia que existe confirma que el desarrollo literario fue esporádico, efímero y hasta accidental. Un ejemplo de tal desarrollo es la casa del andaluz Juan de Mestanza, quien fue alcalde de Sonsonate entre 1585 y 1589, mencionado en el "Viaje del Parnaso" de Miguel de Cervantes. En la época colonial hubo una gran actividad teatral, aspecto central de la diversión popular en las festividades de los asentamientos. Durante estos eventos se presentaban obras de teatro religiosas o cómicas.

Literatura religiosa

La fe y los ritos católicos fueron el factor unificador de una sociedad heterogénea y altamente estratificada. Algunas expresiones literarias estaban vinculadas a producciones dramáticas de temática religiosa, escenificadas durante celebraciones en pueblos y barrios. Por otro lado, parte de la literatura estaba dirigida a un público más pequeño y más elitista. En este último grupo se encuentran las obras piadosas, las hagiografías que retratan la vida de los santos y los tratados teológicos, escritos por clérigos nacidos en el condado, pero generalmente publicados en Europa.

Entre esta última categoría se encuentra Juan Antonio Arias, un jesuita nacido en Santa Ana. Escribió tratados como Misteriosa sombra de las primeras luces del divino Osiris y Jesús recién nacido. el padre Bartolomé Cañas, también jesuita, buscó asilo en Italia tras ser expulsado de su orden en los territorios españoles; en Bolonia escribió una importante disertación apologética. Diego José Fuente, un Francisco nacido en San Salvador, publicó una variedad de obras religiosas en España. Juan Díaz, natural de Sonsonate, autor de la biografía Vida y virtudes del venerable fray Andrés del Valle.

Literatura secular

Una obra no religiosa importante fue un manual para la fabricación de añil El puntero apuntado con apuntes breves, de Juan de Dios del Cid, quien hizo una rudimentaria imprenta para publicar su obra, que pudo ser la primera imprenta en el territorio de El Salvador. El documento está impreso con la fecha de 1641, pero el crítico literario salvadoreño Luis Gallegos Valdés afirma que esa fecha fue un error tipográfico, y algunas referencias históricas la sitúan en el siglo siguiente. Otra obra importante fue la Carta de Relación, escrita por el conquistador Pedro de Alvarado por razones prácticas; narra episodios importantes de la conquista de las Américas.

La literatura durante la época de la independencia

Para las últimas décadas del dominio español ya existía una actividad cultural secular considerable en América Central. Tuvo como centro la Universidad de San Carlos en Guatemala. Allí, los criollos cultos se reunían para discutir e intercambiar ideas de la Ilustración. Esto favoreció el surgimiento de una literatura más política que estética, manifestada principalmente en la oratoria y la prosa argumentativa, tanto polémica como doctrinal, en la que los autores demostraron su ingenio y uso de la retórica clásica.

Una figura importante de esta época fue el padre Manuel Aguilar (1750-1819), cuya famosa homilía proclamó el derecho a la insurrección de los pueblos oprimidos, provocando escándalo y censura. El sacerdote José Simeón Cañas (1767–1838) es conocido por su discurso de 1823 en la Asamblea Constituyente, en el que exigió la emancipación de los esclavos. El presbiteriano Isidro Menéndez (1795–1858), autor de gran parte de la legislación de la época, también fue renombrado por su oratoria.

La estética de la literatura salvadoreña de esta época no tuvo un papel comparable al de la elocuencia o la escritura periodística. La literatura se utilizó solo ocasionalmente, como versos anónimos que ofrecen comentarios satíricos sobre la política contemporánea u otra poesía que celebra el buen nombre y las obras de figuras importantes. Ejemplos de esta última categoría incluyen la obra en prosa Tragedia de Morazán (Tragedia de Morazán) (1894) de Francisco Díaz (1812-1845) y la oda Al ciudadano José Cecilio del Valle (Al ciudadano José Cecilio del Valle (1827) de Miguel Álvarez Castro (1795-1856).

La debilidad del estado, la falta de vida urbana y, en consecuencia, la inexistencia de infraestructura cultural limitaron la capacidad de los autores para mantenerse. En estas condiciones, los artistas dependían de mecenas privados y se orientaban a servir sus gustos y aumentar su prestigio social.

Era del liberalismo y la modernización cultural

El nacimiento de una literatura netamente salvadoreña debe ubicarse en un contexto histórico. Fue con el ascenso de Rafael Zaldívar en 1876 que los liberales derrotaron a sus rivales conservadores. A medida que fundaron un estado nacional desde cero, la literatura se volvió cada vez más relevante.

El proyecto liberal

Los defensores del proyecto nacional esperaban que el desarrollo de una economía orientada a las exportaciones agrícolas, con el café como producto principal, pasaría de la barbarie (para los liberales sinónimo de caudillismo, catolicismo y público sin educación) a la civilización (sinónimo de política y social). logros como los de las naciones europeas avanzadas).

Luego de muchas reformas del estado y de su estructura, el país fue perdiendo su identidad cultural indígena y comenzó a forjar una nueva identidad. Era necesaria una élite ilustrada para ayudar en este proceso. Así, la Universidad de El Salvador y la Biblioteca Nacional fueron fundadas en 1841 y 1870, respectivamente. A fines del siglo XIX, la Biblioteca Nacional se había fortalecido considerablemente; patrocinó la publicación de obras de autores locales, además de su propia revista. La Academia Salvadoreña de la Lengua, semioficial, también se fundó nominalmente en 1876, aunque no comenzó a funcionar hasta 1914.

Paralelamente, surgió una cultura de élite independiente. Esta actividad se fusionó en torno a sociedades científicas y literarias, la mayoría de las cuales tuvieron una breve existencia. La sociedad La Juventud, fundada en 1878, fue una excepción a esta regla. A pesar de su pequeña membresía, fue un foro muy activo con respecto a las últimas tendencias científicas y artísticas. Así tomó forma una élite intelectual compuesta en gran parte por la élite económica. Muchas de las obras literarias importantes de esta era eran científicas. En las ciencias naturales, el médico y antropólogo David Joaquín Guzmán, autor de la Oración a la Bandera Salvadoreña, fue una figura destacada. Santiago I. Barberena fue una figura importante en la geografía y la historia.

A pesar de este énfasis científico, la élite tenía un respeto especial por la cultura estética, particularmente la literatura. Para las élites liberales, la alfabetización y la familiaridad con las últimas tendencias de la literatura europea (en particular, la literatura francesa) eran signos inequívocos de superioridad espiritual. Esta peculiar actitud hacia la estética contribuyó al aumento de la posición social de los poetas e hizo de la literatura un elemento importante en la legitimación del Estado.

Modernismo y modernización literaria

La historia del modernismo en El Salvador se remonta a la polémica sobre la influencia del romanticismo que se produjo en las páginas de La Juventud. La Juventud denunció el magisterio de Fernando Velarde, un español que vivió en el país durante la década de 1870, influenciando a los jóvenes escritores con su poesía soñadora y grandilocuente. Su enseñanza produjo una obra poética influenciada por el romanticismo español. Entre estos autores estaban Juan José Cañas (1826-1918) (letrista del himno nacional), Rafael Cabrera, Dolores Arias, Antonio Guevara Valdés e Isaac Ruiz Araujo.

Siendo aún adolescentes, Rubén Darío (1867-1916) —el famoso poeta nicaragüense que entonces vivía en San Salvador— y Francisco Gavidia (1864-1955) atacaron la poesía de Velarde y llamaron la atención sobre el modelo de poesía simbolista parnasiana de Francia. Ambos estudiaron esta poesía con rigor y entusiasmo, tratando de desentrañar sus intrincados mecanismos constructivos y traducirlos al idioma español.

Francisco Gavidia asumió la fundación de una literatura nacional, preocupación que se manifiesta a lo largo de sus voluminosos escritos. Sus escritos son la máxima expresión del espíritu liberal en las artes. Su visión de la literatura salvadoreña aboga por el dominio de las tradiciones occidentales, sin olvidar la necesidad de preservar y conocer las tradiciones autóctonas.

Otros autores importantes de la época fueron Vicente Acosta, Juan José Bernal, Calixto Velado y Víctor Jerez. Algunos de ellos participaron en la publicación La Quincena Literaria, que jugó un papel importante en la difusión de la estética finisecular.

Literatura del siglo xx

Durante las primeras décadas del siglo XX el modernismo siguió dominando la literatura salvadoreña, aunque comenzaron a verse nuevas tendencias. El modelo de modernización cultural liberal parecía consolidarse bajo el efímero gobierno de Manuel Enrique Araujo, quien gozaba del apoyo de la intelectualidad y parecía comprometido con una política de fomento de las ciencias y las artes. Araujo trató de dar una base institucional más fuerte al modelo de sociedades científicas literarias con la fundación del Ateneo de El Salvador (asociación para el estudio de la historia y la escritura nacional), pero este impulso se vio truncado por su asesinato en 1913.

Durante la dinastía Meléndez-Quiñones que siguió, cualquier progreso se vio ensombrecido por el regreso de los males de tiempos pasados: el nepotismo, la intolerancia y el clientelismo, especialmente dentro de la clase intelectual.

Costumbrismo e introspección

La escena literaria salvadoreña, que anteriormente había encarnado un espíritu estético cosmopolita, estaba mal equipada para hacer frente a la nueva realidad política del país. Como resultado, surgieron diferentes maneras de retratar las costumbres locales y la vida cotidiana, ya sea satírica o analítica, y los escritores comenzaron a centrar su atención en asuntos antes descuidados en la expresión literaria. Uno de los principales escritores de la tradición costumbrista fue el general José María Peralta Lagos (1873-1944), ministro de Guerra de Manuel Enrique Araujo y, bajo el pseudónimo de TP Mechín, autor muy popular de polémica y sátira social. Sus obras narrativas y su drama Candidato retratan con humor aspectos típicos de la vida provinciana. Otros costumbristas importantesincluyeron a Francisco Herrera Velado y Alberto Rivas Bonilla.

La popularidad de escribir sobre la vida cotidiana fue de la mano de la creciente importancia del periodismo. El auge del periodismo significó una escritura más independiente y, en consecuencia, más escritura crítica sobre el estado de cosas en el condado. Los periodistas también se dedicaron a la escritura política persuasiva. Alberto Masferrer (1868-1932), por ejemplo, escribió muchos ensayos políticos que, aunque de naturaleza más política que artística, contribuyeron a las cambiantes tendencias literarias de la época.

En esta era, las preocupaciones estéticas estaban generalmente subordinadas a las preocupaciones ideológicas. Este no fue el caso, sin embargo, de Arturo Ambrogi (1985-1936), quien fue el escritor más leído y prestigioso de El Salvador. Publicó numerosos retratos literarios y crónicas, culminando en El libro del trópico de 1917. La originalidad de Ambrosi radica en su giro temático hacia las tradiciones nativas de El Salvador y su síntesis de lenguaje literario y dialecto vernáculo.

La representación del habla popular a menudo estuvo presente en las obras costumbristas, aportando color local y tipificando personajes ignorantes. El planteamiento de Ambrogi fue novedoso: mostró las posibilidades literarias del habla popular, sugiriendo el mérito de la cultura vernácula. La obra lírica del poeta Alfredo Espino (1900-1928), los temas populares y el lenguaje fueron igualmente transformados en materia poética. Si bien su poesía puede parecer anacrónica y pueril para los lectores modernos, su obra fue importante en la historia literaria salvadoreña. Las primeras décadas del siglo XX fueron importantes porque marcaron el paso de una cultura literaria elitista y europeizada a una cultura literaria nacional más inclusiva, que hacía referencia a lo autóctono para definirse.

Antimodernismo

A fines de la década de 1920 y principios de la de 1930, la sociedad salvadoreña experimentó varios choques sociales y políticos que trastornaron la frágil sociedad literaria. En el frente económico, la crisis de Wall Street resultó en una drástica caída en los precios del café. El presidente Pío Romero Bosque había iniciado un proceso para volver a la legalidad institucional, convocando a las primeras elecciones libres en la historia salvadoreña. El ingeniero Arturo Araujo fue elegido en una plataforma de reforma inspirada en las ideas de Alberto Masferrer. La crisis económica y el conflicto político resultante condujeron a seis décadas de autoritarismo militar que suprimieron drásticamente la proliferación de la literatura.

Los escritores buscaron activamente alternativas al modernismo occidental. Los modernistas del molde de Rubén Darío condenaron con frecuencia la naturaleza prosaica de los tiempos, pero quedaron deslumbrados por la opulencia y el refinamiento de la Europa de principios de siglo. Si bien los modernistas condenaron la vulgaridad de los nuevos ricos, no se inclinaron a denunciar el arte que producía la riqueza. Entre las nuevas generaciones literarias esta actitud cambió; comenzaron a rechazar incluso los fundamentos del modernismo.

Desde su cargo de cónsul en Amberes, Alberto Masferrer observó esta crisis; los escritos de Alberto Guerra Trigueros (1898-1950) también reflejaron la tendencia hacia la alteridad como modelo de progreso. Esta búsqueda de alternativas llevó a muchos a abrazar el misticismo oriental, las culturas amerindias y el primitivismo que veía la antítesis de la modernidad desencantada en las formas de vida tradicionales.

La teosofía y otras adaptaciones sui generis de las religiones orientales ganaron popularidad. Estas ideas resultaron particularmente atractivas para un grupo de escritores como Alberto Guerra Trigeros, Salarrué (1899-1975), Claudia Lars (1899-1974), Serafín Quiteño, Raúl Contreras, Miguel Ángel Espino, Quino Caso, Juan Felipe Toruño. Estos escritores encontraron su credo estético en un arte definido como antagonista radical de la modernidad social.

Guerra Trigueros fue el artista con la formación teórica más sólida de este grupo y el más familiarizado con las corrientes intelectuales y estéticas de Europa. Además de ser un autor respetado, también desempeñó un papel importante como difusor de nuevas ideas estéticas. En sus ensayos, abogó por una redefinición radical del lenguaje y los temas de la poesía, que habían estado dominados por la estética modernista. Impulsó el verso libre y la poesía de tono coloquial, rescatando el lenguaje cotidiano en lo que llamó poesía "vulgar". Aunque el lirismo de molde clásico era más popular entre sus contemporáneos (quienes también se distanciaban del modernismo), el de Guerra Trigueros se hizo más visible en las siguientes generaciones (por ejemplo, en la escritura de Pedro Geoffroy Rivas, Oswaldo Escobar Velado y Roque Dalton).

Populismo y autoritarismo

A principios de la década de 1930, la ficción salvadoreña se centró en la obra de Salarrué, que es tan diversa como voluminosa. Aunque desigual, su obra constituyó la continuación y culminación de la síntesis del lenguaje literario culto con la voz popular iniciada por Ambrogi. Su Cuentos de barro (1933), que puede considerarse el libro salvadoreño más popular, utiliza el habla popular y eleva el primitivismo de la vida campesina a la categoría de utopía nacional. A menudo empleó temas de fantasía y de religión oriental.

Aunque los miembros de esta generación de escritores no siempre tuvieron vínculos directos con la dictadura militar instalada en 1931, su concepción de la cultura nacional como negación de un ideal ilustrado ayudó a legitimar el nuevo orden. La idealización del campesino tradicional y su vínculo solitario con la naturaleza permitió asociar el autoritarismo con el populismo, lo cual fue esencial en el discurso emergente de la dictadura militar.

La generación del 44 y el antiautoritarismo

La década de 1940 vio el surgimiento de un grupo de escritores que incluía a Pedro Geoffroy Rivas (1908–1979), Hugo Lindo (1917–1985), José María Méndez (n. 1916), Matilde Elena López (n. 1922), Joaquín Hernández Callejas (1915–2000), Julio Fausto Fernández, Oswaldo Escobar Velado, Luis Gallegos Valdés, Antonio Gamero, Ricardo Trigueros de León y Pedro Quiteno (1898–1962). Pedro Geoffroy Rivas produjo una literatura lírica marcada por el vanguardismo y jugó un papel importante en el rescate de las tradiciones indígenas y el lenguaje popular. La poesía de Oswaldo Escobar Velado se caracterizó por el existencialismo y la denuncia de las injusticias sociales. José María Méndez y Hugo Lindo exploraron nuevas fronteras en la ficción.

Muchos escritos de esta generación jugaron un papel activo en el movimiento democrático que terminó con la dictadura de Hernández Martínez. Sin embargo, algunos escritores colaboraron activamente con el régimen de Óscar Osorio.

Como parte de un proyecto de modernización, Osoria impulsó una de las políticas culturales más ambiciosas en la historia de El Salvador. Por ejemplo, a través de la Dirección Editorial del Ministerio de Cultura (luego Dirección de Publicaciones, Ministerio de Educación), bajo el enérgico liderazgo del escritor Ricardo Trigueros de León, se desarrolló una labor editorial de gran alcance, que fue un paso crucial para sentar las bases fundamentos del canon de la literatura en El Salvador.

Paralelamente, la industria cultural floreció y se universalizó, proceso que repercutiría en el desarrollo de la literatura. Hacia 1950 los medios de comunicación desplazaban a las bellas artes y la cultura tradicional del imaginario popular, y la literatura quedaba relegada a un margen. Esta debilidad hizo del arte un rehén fácil para el régimen militar, cada vez más deslegitimado por la corrupción y la falta de libertad política.

Literatura desde la guerra civil hasta la actualidad

En este contexto convulso surgió una literatura que formó el legado de los escritores de la “Generación Comprometida”. Además, vino más literatura que propugnaba las luchas populares de liberación, luchas que definieron en gran medida el coro de la literatura artística salvadoreña que existió a partir de la década de 1950. al 1980.

En 1984 el poeta Salvador Juárez dirigía el taller literario que era una extensión universitaria en la Universidad de El Salvador. Algunos jóvenes se sumaron a este proyecto de taller literario. En 1985 los jóvenes reforzarían su práctica literaria en el taller literario de Xibalbá. Algunos de sus integrantes fueron: Javier Alas, Otoniel Guevara, Jorge Vargas Méndez, Nimia Romero, David Morales, José Antonio Domínguez, Edgar Alfaro Chaverri, Antonio Casquín; incluidos los poetas muertos en combate, Amílcar Colocho y Arquímides Cruz.Este grupo sería uno de los colectivos literarios más sólidos del último lustro de 1980. Lucharon en el movimiento armado popular al mismo tiempo que realizaban una intensa labor de producción literaria (algunos de ellos premiados en diversos concursos de la época, juzgada por reconocidos escritores como Matilde Elena López, Rafael Mendoza y Luis Melgar Brizuela, un ejemplo de los concursos en los que participaron fue el Certamen Reforma 89 promovido por la Iglesia Luterana). Este grupo de escritores practicó principalmente la poesía, lo que estuvo marcado por su participación en la organización popular del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) durante la guerra civil en El Salvador.Algunos artículos o muestras poéticas se pueden encontrar en comunicados de prensa de aquellos años. Su trabajo exploró los temas de la liberación, el amor y el futuro.

Algunos miembros de Xibalbá resultaron gravemente heridos, marcharon al exilio o murieron durante los enfrentamientos con las fuerzas de seguridad. Algunos de sus miembros permanecieron cercanos a la actividad política o militar; otros se retiraron de ese ambiente. Según se informa, constituyen el último capítulo de la literatura de compromiso (literatura de compromiso), una extensión de la "estética extrema" según Huezo Mixco. ¿Literatura de compromiso? era una manera de hacer literatura para dar una respuesta y una opción en un momento crítico. Estas "estéticas extremas" fueron talladas por la generación antifascista y la Generación Comprometida.

El grupo se disolvió después de 1992. Aunque la guerra había cobrado su precio en muertos y exiliados, el legado de Xibalbá y de generaciones anteriores ha creado una gran responsabilidad para otros jóvenes y grupos de escritores que surgirán en las próximas dos décadas.

El letargo literario que existía durante la dictadura militar estaba terminando cuando se acercaba la guerra civil en la década de 1980. El Círculo Literario Xibalbá fue un círculo de escritores que surgió durante el conflicto armado en El Salvador. Fue financiado por la Universidad de El Salvador en la década de 1980. El grupo constituye uno de los grupos más destacados en la historia literaria de El Salvador y uno de los más afectados durante la guerra civil. Durante la guerra varios miembros fueron asesinados por sus publicaciones y hoy en día muchos miembros trabajan en campos muy diferentes.

Los miembros notables incluyen a Amilcar Colocho, Manuel Barrera, Otoniel Guevara, Luis Alvarenga, Silvia Elena Regalado, Antonio Casquín, Dagoberto Segovia, Jorge Vargas Méndez, Álvaro Darío Lara, Eva Ortíz, Arquímides Cruz, Ernesto Deras.