Primera República Española

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La República Española referida historiográficamente como la Primera República Española, fue el régimen político que existió en España desde el 11 de febrero de 1873 hasta el 29 de diciembre de 1874.

La fundación de la República se produjo tras la abdicación del rey Amadeo el 10 de febrero de 1873. Al día siguiente se proclamó la república por una mayoría parlamentaria formada por radicales, republicanos y demócratas. El período estuvo plagado de tensiones entre republicanos federales y republicanos unitarios. El período también vio el fin del servicio militar obligatorio, la regulación del trabajo infantil y la abolición de la esclavitud en Puerto Rico. El gobierno heredó un estado de guerra, la llamada Tercera Guerra Carlista, en curso desde 1872, y la Guerra de los Diez Años, en curso desde 1868, a las que se sumó la rebelión Cantonal en 1873.

El golpe de estado de Pavía de enero de 1874 derrocó al gobierno, dando paso a una república pretoriana bajo el mando del general Serrano. En diciembre de 1874, el general Arsenio Martínez Campos protagonizó un pronunciamiento en Sagunto, que dio el golpe de gracia a la República y trajo la Restauración borbónica.

Visión general

Las Cortes Constituyentes fueron llamadas a redactar una constitución federal. Los radicales preferían una república unitaria, con mucho menor protagonismo de las provincias, y una vez declarada la república los dos partidos se enfrentaron. Inicialmente, los radicales fueron expulsados ​​en gran medida del poder, uniéndose a los que ya habían sido expulsados ​​por la revolución de 1868 o por la Guerra Carlista.

El primer intento republicano de la historia de España fue una experiencia breve, caracterizada por una profunda inestabilidad política y social y por la violencia. La República estuvo gobernada por cuatro presidentes distintos: Estanislao Figueras, Francesc Pi i Margall, Nicolás Salmerón, Emilio Castelar; luego, sólo once meses después de su proclamación, el general Manuel Pavía dio un golpe de Estado y estableció una república unificada dominada por Francisco Serrano.

El período estuvo marcado por tres guerras civiles simultáneas: la Tercera Guerra Carlista, la Revolución Cantonal, la Revolución del Petróleo en Alcoy; y por la Guerra de los Diez Años en Cuba. Los problemas más graves para la consolidación del régimen fueron la falta de verdaderos republicanos, su división entre federalistas y unitarios, y la falta de apoyo popular. Subversión en el ejército, una serie de levantamientos cantonalistas locales, inestabilidad en Barcelona, ​​golpes antifederalistas fallidos, llamados a la revolución por parte de la Asociación Internacional de Trabajadores, la falta de una legitimidad política amplia y luchas internas personales entre los líderes republicanos debilitó la república.

La República terminó efectivamente el 3 de enero de 1874, cuando el Capitán General de Madrid, Manuel Pavía, se pronunció en contra del gobierno federalista y llamó a todos los partidos excepto federalistas y carlistas a formar un gobierno nacional. Los monárquicos y republicanos se negaron, dejando a los unitarios Radicales y Constitucionalistas como el único grupo dispuesto a gobernar; de nuevo una base política estrecha. El general Francisco Serrano formó nuevo gobierno y fue nombrado presidente de la República aunque fue un mero trámite ya que las Cortes habían sido disueltas.

Las fuerzas carlistas lograron expandir el territorio bajo su control en mayor medida a principios de 1874, aunque una serie de derrotas del ejército del norte de la república en la segunda mitad del año podrían haber llevado al final de la guerra de no haber sido por mal. clima. Sin embargo, los demás monárquicos habían tomado el nombre de alfonsinos como partidarios de Alfonso, el hijo de la ex reina Isabel, y estaban organizados por Cánovas del Castillo.

Este período de la República duró hasta que el brigadier Martínez-Campos se pronunció a favor de Alfonso en Sagunto el 29 de diciembre de 1874 y el resto del ejército se negó a actuar contra él. El gobierno se derrumbó, lo que provocó el fin de la república y la restauración de la monarquía borbónica con la proclamación de Alfonso XII como rey.

Proclamación de la República

El rey Amadeo I abdicó del trono español el 11 de febrero de 1873. Su decisión se debió principalmente a las constantes dificultades que tuvo que afrontar durante su breve mandato, como la Guerra de los Diez Años, el estallido de la Tercera Guerra Carlista, la oposición de alfonsino monárquicos, que esperaban la Restauración borbónica en la persona de Alfonso, hijo de Isabel II, las numerosas insurrecciones republicanas y la división entre sus propios partidarios.

Las Cortes españolas, que estaban reunidas en sesión conjunta y permanente tanto del Congreso de los Diputados como del Senado, se declararon Asamblea Nacional a la espera de cualquier aviso final del Rey. La abrumadora mayoría estaba con los monárquicos de los dos partidos dinásticos que habían ejercido el gobierno hasta entonces: el Partido Radical Democrático de Manuel Ruiz Zorrilla y el Partido Constitucional de Práxedes Mateo Sagasta. También había una pequeña minoría republicana en la Asamblea Nacional, ideológicamente dividida entre federalismo y centralismo. Uno de ellos, el diputado del Partido Republicano Democrático Federal Francisco Pi y Margall, movió la siguiente propuesta: "La Asamblea Nacional asume los poderes y declara la República como forma de gobierno, dejando su organización a las Cortes Constituyentes".

En su discurso a favor de la propuesta (de la que fue signatario, junto con Figueras, Salmerón y otros opositores), Pi y Margall —él mismo federalista— renunció por el momento a establecer una república federal, con la esperanza de que los aspirantes a ensamblar Cortes Constituyentes para decidir sobre el asunto, y anunció su aceptación de cualquier otra decisión democrática. Luego tomó la palabra otro republicano, Emilio Castelar, y dijo:

Señores, la monarquía tradicional murió con Fernando VII; monarquía parlamentaria con la huida de Isabel II; monarquía democrática con la abdicación de don Amadeo de Saboya; nadie lo ha eliminado, ha muerto por sí solo; nadie trae la República, salvo todas las circunstancias, una cábala de sociedad, naturaleza e historia. Señores, saludémoslo como el sol que sale con su propia fuerza en el cielo de nuestra nación.

Tras el contundente discurso de Castelar, entre apasionados aplausos, se declaraba la República con la dimisión de los monárquicos, con 258 votos a favor y sólo 32 en contra: "La Asamblea Nacional asume todos los poderes y declara la República como forma de gobierno de España, dejando su organización a las Cortes Constituyentes. Un Poder Ejecutivo será elegido directamente por las Cortes, y responderá ante ellas".

En la misma sesión se eligió al primer gobierno de la República. El republicano federal Estanislao Figueras fue elegido primer "Presidente del Poder Ejecutivo", cargo que incorpora a los jefes de Estado y de Gobierno. Nunca se eligió un "Presidente de la República", ya que la Constitución que creó dicho cargo nunca se promulgó. En su discurso, Figueras dijo que la República "fue como un arco iris de paz y concordia de todos los españoles de buena voluntad".

La aprobación de estas resoluciones sorprendió y aturdió a la mayoría de los españoles, ya que las Cortes recientemente elegidas (ahora Asamblea Nacional) tenían una amplia mayoría de monárquicos. Ruiz Zorrilla se pronunció en estos términos: "Protesto y lo seguiré haciendo, aunque me quede solo, contra aquellos diputados que habiendo venido a las Cortes como monárquicos constitucionales se sientan autorizados a tomar la decisión de convertir a la nación de monárquico a republicano de la noche a la mañana".

Para la mayoría de los monárquicos, sin embargo, la imposibilidad de restaurar a Isabel II como reina y la juventud del futuro Alfonso XII hicieron de la República el único curso de acción viable, aunque transitorio, especialmente dado el inevitable fracaso que le esperaba.

Gobierno de Figueras

El primer gobierno de la República estuvo formado por federalistas y progresistas que habían sido ministros durante la monarquía. En concreto, cuatro ministros habían servido al rey Amadeo: Echegaray (Hacienda), Becerra (Guerra), Fernández de Córdoba (Marina) y Berenguer (Infraestructuras).

Al principio estaban aquejados por una pésima situación económica, con un déficit presupuestario de 546 M de pesetas, 153 M de deudas de pago inmediato y sólo 32 M disponibles para atenderlas. El Cuerpo de Artillería había sido disuelto en el momento más virulento de las guerras carlista y cubana, para las que no había suficientes soldados ni armamento, ni dinero para alimentarlos o comprarlos. Además, España atravesaba una profunda crisis económica paralela al Pánico de 1873 y que se agudizaba con la inestabilidad política. En años anteriores, el desempleo había aumentado considerablemente entre los trabajadores del campo e industriales, y las organizaciones proletarias respondieron con huelgas, manifestaciones, mítines de protesta y la ocupación de tierras abandonadas.

El 23 de febrero el recién elegido presidente de la Asamblea Nacional, el radical Cristino Marcos, tramó un fallido golpe de Estado en el que la Guardia Civil ocupó el Ministerio de Gobernación y la Milicia Nacional rodeó el Congreso de los Diputados, con el fin de instaurar una república unitaria. Esto impulsó la primera remodelación del gobierno en la que los progresistas fueron derrocados y reemplazados por federalistas. Doce días después de la instauración de la República, se suprimió el servicio militar obligatorio y se instauró el servicio voluntario con un salario diario de 1 peseta y un mendrugo (¿barra?) de pan. También se estableció un cuerpo de voluntarios republicanos con un salario de alistamiento de 50 pesetas y un salario diario de 2 pesetas y 1 mendrugo de pan.

El segundo gobierno de Figueras tuvo que hacer frente al intento de proclamación del Estat Català en el interior de la República Federal Española el 9 de marzo que fue superado por una serie de contactos telegráficos entre el gobierno y los líderes catalanes. El 23 de abril se puso en marcha un nuevo intento de golpe de Estado; esta vez por una confabulación de monárquicos alfonsinos, miembros de la antigua Unión Liberal y sectores monárquicos del Ejército; pero fracasó cuando varias unidades se abstuvieron de apoyarlo en la última hora.

Francisco Pi y Margall suele ser considerado el corazón de este gobierno, que tuvo que hacer frente a varios problemas ya endémicos de la República, como la Tercera Guerra Carlista, las insurrecciones separatistas (esta vez desde Cataluña), la indisciplina militar, las conjuras monárquicas, etc. El gobierno disolvió la Asamblea Nacional y convocó Cortes Constituyentes para el 1 de mayo. El 23 de abril Cristino Martos, presidente de la antigua Asamblea Nacional, intentó un nuevo golpe, ahora apoyado por el Gobernador Civil de Madrid: un batallón de milicianos tomó posiciones a lo largo del Paseo del Prado, y cuatro mil voluntarios más perfectamente armados se concentraron cerca de la Plaza de la Independencia. bajo el pretexto de aprobar la revisión. Enterado del complot, Pi i Margall movilizó a la Guardia Civil. Por su parte, después de que el Ministro de Guerra nombrara a Baltasar Hidalgo como nuevo Capitán General de Madrid, ordenó al brigadier Carmona ya un batallón de infantería y varias unidades de artillería y caballería, marchar sobre los milicianos. El golpe de Estado fracasó nada más iniciarse y el gobierno disolvió las unidades militares participantes y la Comisión Permanente de la Asamblea.

Los autos se emitieron para las elecciones a Cortes Constituyentes del 10 de mayo que dieron como resultado 343 escaños para los republicanos federales y 31 para el resto de las fuerzas políticas. Las elecciones en sí se desarrollaron en un ambiente poco ortodoxo, y la representación resultante fue ridícula, ya que la mayoría de las facciones en España no participaron: los carlistas seguían en guerra contra la República, mientras que los monárquicos alfonsinos de Antonio Cánovas del Castillo, los republicanos unitarios y incluso la incipiente organización obrera cercana a la Primera Internacional llamó a la abstención. El resultado fue claramente favorable a los republicanos federales, que consiguieron 343 de los 371 escaños, pero la participación fue probablemente la más baja de la historia española, con un 28% en Cataluña y un 25% en Madrid.

La republica federal

El 1 de junio de 1873 se abrió la primera sesión de las Cortes Constituyentes y se inició la presentación de resoluciones. El primero fue debatido el siete de junio, redactado por siete diputados: "Artículo Primero. La forma de gobierno de la Nación española es la República Federal Democrática".

El presidente, habiendo cumplido el reglamento de las Cortes para la aprobación definitiva del proyecto de ley, dispuso que al día siguiente se hiciera una votación nominal. La resolución fue aprobada el 8 de junio por el voto favorable de 219 diputados y sólo 2 en contra, y así se declaró la República Federal. La mayoría de los federalistas en el parlamento apoyaron un modelo confederativo similar al suizo, con regiones que formaban directamente cantones independientes. El escritor español Benito Pérez Galdós, entonces de 21 años, escribió sobre el ambiente parlamentario de la Primera República:

Las sesiones de la Constituyente (Cortes) me atraían, y la mayoría de las tardes las pasaba en el palco de prensa, disfrutando del espectáculo de indescriptible confusión que lanzaban los padres de la patria. Un individualismo interminable, el ir y venir de opiniones, desde las más meditadas hasta las más extravagantes, y la espontaneidad mortal de la mayoría de los oradores, enloquecían al espectador e imposibilitaban las funciones históricas. Pasaron días y noches sin que las Cortes decidieran cómo debían ser nombrados los ministros: si serían elegidos individualmente por el voto de cada diputado, o si sería mejor autorizar a Figueras oa Pi para que hicieran una lista del nuevo gobierno. Todos y cada uno de los sistemas fueron acordados y luego desechados. Era un juego pueril, que habría provocado risas si no hubiera sido profundamente triste.

La situación llegó a tales niveles de surrealismo que, mientras presidía una sesión de Gabinete, Estanislao Figueras gritó: "Señores, esto no lo aguanto más. Les voy a ser franco: estoy harto de todos nosotros". !" Tan harto que el 10 de junio dejó su carta de dimisión en su oficina, se fue a dar un paseo por el Parque del Buen Retiro y, sin avisar a nadie, subió al primer tren que salía de la Estación de Atocha. Solo dimitiría al llegar a París.

El gobierno de Pi y Margall

" La república federal para Pi i Margall

El procedimiento —no hay razón para ocultarlo— era abiertamente el reverso del pasado: el resultado podía ser el mismo. Las provincias debían estar representadas en las nuevas Cortes, y si tenían alguna idea concreta sobre los límites de los poderes de los futuros estados, podían llevarla a las Cortes y defenderla allí. Así como la delimitación de los poderes de las provincias habría determinado también la del Estado, la delimitación del poder central determinaría la de las provincias. De un modo u otro hubiera podido, sin duda alguna, producirse la misma constitución y no hubiera sido, a mi juicio, ni patriótico ni político, entorpecer la proclamación de la República por la intransigencia en este punto.

Si bien el procedimiento "de abajo hacia arriba" era más lógico y propio de una Federación, el otro "de arriba hacia abajo" era más probable para una nación ya formada como la nuestra, y menos peligroso en su implementación. No habría cese de continuidad en el poder; la vida de la nación no se suspendería ni un solo momento; no habría temor de que surgieran profundos conflictos entre las provincias; sería la forma más fácil, rápida, segura y menos expuesta a la contrariedad..."

—Francisco Pi i Margall

Tras la huida de Figueras a Francia, el vacío de poder creado estaba tentando al general Manuel Sodas a iniciar un pronunciamiento cuando un coronel de la Guardia Civil, José de la Iglesia, se presentó en el Congreso y declaró que nadie se iría hasta que se eligiera un nuevo presidente. El colega federal y ministro de Gobierno de Figueras, Francisco Pi y Margall, fue elegido el 11 de junio, pero en su discurso ante la Asamblea se declaró desorientado y sin programa. Los principales esfuerzos del nuevo gobierno se centraron en la redacción de la nueva Constitución y algunos proyectos de ley de carácter social:

  • Reparto de tierras desamortizadas entre arrendatarios, colonos y aparceros.
  • Restablecimiento del Ejército regular, con servicio militar obligatorio.
  • Separación de la Iglesia y el Estado, profundamente entrelazados bajo Fernando VII y solo ligeramente separados por Isabel II.
  • Abolición de la esclavitud en toda la nación. Aunque la Constitución de Cádiz de 1812 ya había dado algunos pasos al respecto, las colonias seguían oponiéndose al traslado desde la España peninsular. Además, se hicieron planes para limitar el trabajo infantil.
  • Establecimiento de un sistema que garantice la educación gratuita y obligatoria.
  • Legalización del derecho de sindicación, creación de jurados mixtos obrero-patronales y establecimiento de la jornada laboral de 8 horas.

El 16 de junio se constituyó por las Cortes una Comisión de 25 miembros para estudiar el proyecto de Constitución de la República Federal de España, cuya redacción se atribuye mayoritariamente a Emilio Castelar, a partir del día siguiente. El 28 de junio Pi i Margall renovó la composición de su gobierno, pero debido a la lentitud de los debates constitucionales en las Cortes, los acontecimientos se precipitaron sobre el gobierno a un ritmo vertiginoso. El 30 de junio el Ayuntamiento de Sevilla aprobó una moción declarando la ciudad República Social, y al día siguiente muchos diputados federalistas abandonaron las Cortes en señal de protesta. Aproximadamente una semana después, el 9 de julio, Alcoy hizo lo mismo, en medio de una ola de asesinatos provocada por una huelga revolucionaria dirigida por líderes locales de la Primera Internacional. Era solo el comienzo: poco después, la revolución cantonalbarrió España con huelgas, asesinatos de oficiales a manos de soldados, linchamientos de alcaldes y más de un centenar de bajas.

El sentimiento federalista no dio lugar a estados autónomos como se pretendía, sino a una constelación de cantones independientes. Las sublevaciones eran noticia diaria en la zona sureste de Valencia, Murcia y Andalucía. Algunos cantones tenían carácter provincial, como Valencia o Málaga, pero la mayoría comprendía únicamente una ciudad y su entorno, como los cantones más localizados de Alcoy, Cartagena, Sevilla, Cádiz, Almansa, Torrevieja, Castellón, Granada, Salamanca, Bailén, Andújar, Tarifa y Algeciras. Aún más pequeños fueron los cantones de base aldea de Camuñas (en Albacete) y Jumilla (en Murcia). Se dice que este último emitió un manifiesto que decía:

La nación jumillana desea vivir en paz con todas las naciones vecinas y, sobre todo, con la nación murciana, su vecina; pero si la nación murciana, su vecina, se atreve a desconocer su autonomía ya traspasar sus fronteras, Jumilla se defenderá, como los héroes del Dos de Mayo, y triunfará en la demanda, resuelta completamente a llegar, en sus justísimos desquites, hasta Murcia, ya no dejar en Murcia piedra sobre piedra.

La nación jumillana desea vivir en paz con todas las naciones vecinas, y en particular con la nación murciana, su vecina; pero si la nación murciana no se atreve a reconocer su autonomía y viola sus fronteras, Jumilla se rebelará como los héroes del 2 de mayo, y saldrá victoriosa de sus reivindicaciones, dispuesta a llegar a Murcia, en su más justa retribución, a sí misma y a no dejéis piedra sobre piedra.

No hay, sin embargo, constancia de tal manifiesto, ni de declaración semejante, en los archivos municipales; y los trámites de la época parecían estar dentro de la normalidad. Esto ha motivado a varios historiadores a negar la autenticidad del manifiesto e incluso la propia existencia del cantón de Jumilla, afirmando que su invención no era más que una forma de propaganda antirrepublicana.

El más activo -y conocido- de los cantones fue el Cantón de Cartagena, declarada su autonomía el 12 de julio en la base naval de la ciudad bajo la inspiración del diputado federal Antonio Gálvez Arce, conocido como Antonete. El Cantón de Cartagena viviría seis meses de constantes guerras, e incluso acuñó su propia moneda, el duro cantonal.

La primera gesta de los cantonalistas cartageneros fue la toma del castillo de San Julián, lo que motivó un extraño telegrama enviado por el capitán general de la ciudad al Ministro de Marina: "El castillo de San Julián muestra bandera turca". Tal "bandera turca" era de hecho la bandera cantonal, la primera bandera roja en la historia de España (la bandera civil otomana era una bandera roja simple, de ahí la terminología del capitán general). Los apasionados discursos de Gálvez le permitieron hacerse con el control de los barcos de la Armada atracados en la ciudad, que en ese momento se contaban entre los mejores de la Armada española. Bajo su mando, la flota causó estragos en la cercana costa mediterránea, lo que provocó que el gobierno de Madrid lo declarara pirata y pusiera una recompensa por su cabeza. De regreso a tierra, encabezó una expedición hacia Madrid que fue derrotada en Chinchilla.

Dos fragatas cantonales, la Almansa y la Vitoria, zarparon hacia una "potencia extranjera" (la ciudad española de Almería) para recaudar fondos. Como la ciudad no quiso pagar, fue bombardeada y tomada por los cantonalistas. El general Contreras, comandante de la flota cantonal, ordenó tocar la Marcha Real al desembarcar. Posteriormente, la gesta se repetiría en Alicante, pero en el viaje de regreso a Cartagena fueron capturados como piratas por las fragatas acorazadas HMS Swiftsure y SMS Friedrich Karl, bajo bandera británica y alemana respectivamente.

Hubo días de aquel verano en los que pensábamos que nuestra España estaba completamente desbandada. La idea de legalidad se perdió a tal punto que cualquier empleado del [Ministerio de] Guerra asumía plenos poderes y lo comunicaba a las Cortes, y los encargados de dictar y cumplir la ley la desatendían levantando o bramando contra la legalidad. No se trataba, como en otros casos, de reemplazar un Ministerio existente o una forma de Gobierno en la forma aceptada; se trataba de dividir nuestra patria en mil partes, a semejanza de los sucesores del califato cordobés. Las ideas más extrañas y los principios más desaliñados venían de provincias. Algunos decían estar a punto de restaurar la antigua Corona de Aragón, como si los caminos del Derecho moderno fueran sortilegios de la Edad Media. Otros querían formar una Galicia independiente bajo un protectorado inglés. Jaén se disponía a hacer la guerra contra Granada. Salamanca temía el cierre de su gloriosa universidad y la desaparición de sus proezas científicas [...] La sublevación se dio contra el más federalista de los gobiernos posibles, y en el momento mismo en que la Asamblea preparaba un proyecto de Constitución, los peores defectos de los cuales provino de la falta de tiempo en el Comité y el exceso de impaciencia en el Gobierno.

—Emilio Castelar

Un problema aún peor fue la Tercera Guerra Carlista, en la que los rebeldes controlaron la mayor parte del País Vasco, Navarra y Cataluña sin oposición, y enviaron incursiones por toda la Península. El pretendiente carlista, Carlos VII, había formado en Estella un gobierno rival con sus propios ministros y ya acuñaba moneda, mientras que la connivencia francesa le permitió recibir ayuda exterior y fortalecer sus defensas. Entre los carlistas y la revolución cantonal, el territorio real en el que la efímera República ejerció una autoridad indiscutible no se extendió mucho más allá de la propia provincia de Madrid y el noroeste de España, ya que se produjeron levantamientos cantonales hasta Ávila por el norte.

Debido a la rapidez de los acontecimientos, y sin tiempo para que las Cortes aprobaran la nueva Constitución, Pi i Margall se encontró entre la espada y la pared y el proverbial lugar duro de la revolución cantonal. Sin embargo, el efectivo Comandante en Jefe de la República rechazó todos los llamados, tanto desde la instancia militar como política, a ejercer la represión de los levantamientos cantonales, pues argumentó que se trataba de seguir su propia doctrina. Así, se vio obligado a dimitir el 18 de julio tras apenas 37 días en el cargo. Más tarde describiría dolorosamente su experiencia como primer ministro:

Tantos han sido mis disgustos con el poder que ya no puedo codiciarlo. Estando en el Gobierno he perdido la calma, las ilusiones, la confianza en el prójimo que era la base de mi carácter. Por cada agradecido, cien ingratos; por cada uno desinteresado y patriota, cientos que no querían de la política más que la satisfacción de sus caprichos. He recibido mal por bien.

Redacción de la Constitución Federal

El proyecto de Constitución Federal de la Primera República de España se desarrolló extensamente en 117 artículos organizados en 17 títulos.

En el primer artículo se encuentra lo siguiente:

Componen la Nación Española los estados de Andalucía Alta, Andalucía Baja, Aragón, Asturias, Baleares, Canarias, Castilla la Nueva, Castilla la Vieja, Cataluña, Cuba, Extremadura, Galicia, Murcia, Navarra, Puerto Rico, Valencia, Regiones Vascongadas. Los estados podrán conservar las actuales provincias y modificarlas, según sus necesidades territoriales.

Estos estados tendrían "plena autonomía económico-administrativa y autonomía política compatible con la existencia de la nación" así como "la facultad de darle una constitución política" (artículos 92 y 93).

El proyecto constitucional preveía en el Título IV —además de los clásicos Poder Legislativo, Poder Ejecutivo y Poder Judicial— un cuarto Poder Relacional que sería ejercido por el presidente de la República.

El Poder Legislativo estaría en manos de las Cortes Federales, que estarían integradas por el Congreso y el Senado. El Congreso iba a ser una casa de representación proporcional con un representante "por cada 50.000 almas", renovándose cada dos años. El Senado sería una cámara de representación territorial, siendo elegidos cuatro senadores por las Cortes de cada uno de los estados.

El Poder Ejecutivo sería ejercido por el Ministerio de Asesores, cuyo presidente sería elegido por el presidente de la república.

El artículo 40 del proyecto decía: "En la organización política de la nación española, todo lo individual es puro dominio del individuo; todo lo municipal es el del municipio; todo lo regional es el del estado; y todo lo nacional, de la Federación". El artículo siguiente declaraba que "Todos los poderes son electivos, revocables y responsables", y el artículo 42 que "La soberanía reside en todos los ciudadanos, que ejercen por su propia representación en las organizaciones políticas de la República, constituidas por sufragio universal".

El Poder Judicial residiría en el Supremo Tribunal Federal, que estaría integrado "por tres magistrados por cada estado de la federación" (artículo 73) que nunca serían elegidos por el Poder Ejecutivo ni por el Legislativo. También establecería que todos los tribunales serían de oficio y la institución judicial para toda clase de representantes.

El Poder Relacional sería ejercido por el presidente de la República Federal cuyo mandato duraría “cuatro años, no siendo inmediatamente reelegible”, como dice el artículo 81 del proyecto.

El gobierno de Nicolás Salmerón

Tras aceptar la dimisión de Pi i Margall, Nicolás Salmerón ha sido elegido presidente del Poder Ejecutivo, con 119 votos a favor y 93 votos en contra.

El nuevo presidente, que era un republicano federalista moderado, defendía la necesidad de llegar a un entendimiento con los grupos más moderados o conservadores y una transición lenta hacia una república federal. Su oratoria era aplastante: Francisco Silvela decía que en sus discursos Salmerón sólo usaba un arma: la artillería. Antonio Maura caracterizó el tono profesoral de don Nicolás, diciendo que "siempre parecía que se dirigía a los metafísicos de Albacete".

Ya durante sus etapas como Ministro de Misericordia y Justicia en el gobierno de Estanislao Figueras, propició la abolición de la pena de muerte, incluso la independencia del poder judicial frente al político.

Su nombramiento produjo una intensificación del movimiento cantonal, que para controlar tuvo que recurrir a generales abiertamente contra la República Federal, enviando expediciones militares a Andalucía y Valencia al mando respectivo de los generales Pavía y Martínez Campos. Uno tras otro fueron sometidos los cantones separados, excepto el de Cartagena, que resistió hasta el 12 de enero de 1874.

Sus generales pidieron la "conciencia" del gobierno y su firma para ejecutar varias penas de muerte a varios soldados desertores del frente carlista; según ellos, esto era esencial para restablecer la disciplina en el ejército. Salmerón, hombre de principios liberales muy avanzados, declinó conceder la "conciencia" y, como está escrito en la pared de su mausoleo, "abandonó el poder para no firmar una sentencia de muerte". De esta forma, dimitió el 6 de septiembre.

El gobierno de Emilio Castelar

Al día siguiente, 7 de septiembre, el elegido para ocupar la presidencia del Poder Ejecutivo fue el unitario Emilio Castelar, catedrático de Historia y distinguido orador, por 133 votos a favor frente a los 67 obtenidos por Pi y Margall. Durante su etapa anterior como Ministro de Estado en el gobierno de Estanislao Figueras, Castelar impulsó y logró la aprobación de la abolición de la esclavitud en el territorio de ultramar de Puerto Rico, aunque no en Cuba por la continua situación bélica. Este acto de la Primera República Española se conmemora en Puerto Rico hasta el día de hoy.

Motivado por la difícil situación por la que atravesaba la República, con el recrudecimiento de la Guerra Carlista, Emilio Castelar inició la reorganización del ejército, anunciando ante las Cortes "para sostener esta forma de gobierno, necesito mucha infantería, mucha caballería, mucha artillería, mucha Guardia Civil, y muchos fusileros". A pesar de la oposición federalista, las Cortes le concedieron poderes extraordinarios para gobernar, tras lo cual cerraron las Cortes el 20 de septiembre. Confirmó las sentencias de muerte que provocaron la dimisión de su antecesor, restableció el orden y estuvo a punto de rendirse a los cantonalistas de Cartagena.

Sin duda, el caos suscitado por la revuelta cantonal y el recrudecimiento de la guerra carlista les llevó a reabrir las Cortes el 2 de enero de 1874, para someter a votación la gestión y pedir poderes ilimitados con los que salvar a la República de la completa descrédito.

En efecto, las Cortes se abrieron el 2 de enero de 1874, pero los federalistas se levantaron contra don Emilio Castelar, que estaba apoyado por el capitán general de Madrid, don Manuel Pavía, antiguo partidario de Prim, con quien se había sublevado en Villarejo de Salvanés.. Dos fuerzas muy distintas amenazaban con interrumpir las deliberaciones de las Cortes: los federalistas, deseosos de acabar con Castelar con poderosa ira, y las tropas del general Pavía, partidario de Castelar, que había decidido presentarse en su apoyo para evitar su derrota ante la federalistas

Los regimientos comprometidos ya se habían marchado a las órdenes del capitán general cuando las Cortes reconocieron la derrota de Castelar por 119 votos contra 101. El expresidente de la República, y el presidente de las Cortes, Nicolás Salmerón, convocaron a una nueva votación para elegir nuevo jefe del Poder Ejecutivo.

Pavía se situó frente al edificio con su personal y ordenó a dos ayudantes que impusieran a Salmerón la disolución de las Cortes y el desalojo del edificio en cinco minutos. La Guardia Civil, que custodiaba el Congreso, puso en práctica las órdenes del general y ocupó los salones del Congreso (sin entrar en el recinto). Eran las 6:55 de la mañana, cuando se procedió a la votación para elegir al candidato federalista Eduardo Palance, y Salmerón, al recibir la orden del capitán general, suspendió la votación y comunicó la grave situación a los diputados. Los diputados abandonaron el edificio a toda velocidad, en medio de escenas de exagerada histeria; algunos incluso se tiraron por las ventanas. Pavía, sorprendida, preguntó: "Pero señores, ¿por qué tirarse por las ventanas cuando se puede salir por la puerta?".

Pavía, que era republicano unitario, ofreció permitir que Emilio Castelar continuara en la presidencia, pero él se negó, no queriendo mantener el poder por medios antidemocráticos. Estos actos supusieron el final extraoficial de la Primera República, aunque oficialmente continuó durante casi un año.

La republica unitaria

Al mismo tiempo que se producían las convulsiones políticas, el 12 de enero entraba en Cartagena el general López Domínguez en sustitución de Martínez Campos, mientras Antonete Gálvez, con más de mil hombres, luchaba por eludirlo cerca de la frontera de Numancia (Numancia) y puso rumbo a Orán, (Argelia). El final de la experiencia cantonal lo marcó Gálvez con su destierro, pero la Restauración borbónica le permitió mediante amnistía volver a su Torreagüera natal. En este período entablaría una extraña y cálida amistad con don Antonio Cánovas del Castillo, máximo responsable de la Restauración, quien consideraba a Gálvez un hombre sincero, honorable y valiente, aunque de ideas políticas exageradas.

Mientras tanto, tras la negativa de Emilio Castelar a continuar como presidente, encargó al general Serrano, recién regresado de su exilio en Biarritz por su implicación en el intento de golpe de Estado del 23 de abril, la formación de un gobierno de coalición que agrupara a monárquicos, conservadores, y republicanos unitarios, pero excluyó a los republicanos federalistas.

Francisco Serrano, duque de Torre, de 63 años, antiguo colaborador de Isabel II, ya había liberado dos veces la jefatura del Estado. Proclamó la República Unitaria, asumiendo la presidencia del Poder Ejecutivo, y prescindiendo de las Cortes en una dictadura republicana conservadora. Durante su mandato sometió de una vez por todas las insurrecciones cantonales, y la de Cartagena, y concentró sus fuerzas en la guerra carlista en el norte de España. El general intentó sin éxito consolidarse en el poder en forma de dictadura, siguiendo el ejemplo del régimen de duques y generales que imperaba en Francia tras la caída de Napoleón III y tras la derrota de la Comuna de París.

En apenas unos meses, el 13 de mayo, Serrano cedió la presidencia del gobierno a Juan de Zavala y de la Puente para que tomara personalmente el control de las operaciones contra los carlistas en el norte. Práxedes Mateo Sagasta asumió el gobierno el 3 de septiembre. El 10 de diciembre se inició el sitio de Pamplona, ​​pero fue interrumpido por la Proclamación de Sagunto.

El fin de la República

El 29 de diciembre de 1874 en Sagunto, el general Arsenio Martínez Campos se pronuncia a favor de la restauración al trono de la monarquía borbónica en el personaje de don Alfonso de Borbón, hijo de Isabel II. El gobierno de Sagasta no se opuso a este anuncio, permitiendo la restauración de la monarquía. El triunfo de la Restauración borbónica se logró gracias a la labor previa de Antonio Cánovas del Castillo, que sin duda fue contraria al régimen militar.

Hasta 1931, los republicanos españoles celebraban el 11 de febrero aniversario de la Primera República. A partir de entonces, la conmemoración se trasladó al 14 de abril, aniversario de la proclamación de la Segunda República en 1931.

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