El Yo y el Ello

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El yo y el ello o El ego y el id (en alemán: Das Ich und das Es) es un artículo destacado de Sigmund Freud, el fundador del psicoanálisis. Es un estudio analítico de la psique humana que esboza sus teorías de la psicodinámica del ello, el yo y el superyó, que es de fundamental importancia en el desarrollo del psicoanálisis. El estudio se llevó a cabo durante años de investigación y se publicó por primera vez en la tercera semana de abril de 1923.

Visión general

El ego y el ello desarrolla una línea de razonamiento como base para explicar varias (o quizás todas) las condiciones psicológicas, tanto patológicas como no patológicas. Estas condiciones resultan de poderosas tensiones internas, por ejemplo: 1) entre el ego y el id, 2) entre el ego y el super ego, y 3) entre el instinto de amor y el instinto de muerte. El libro trata principalmente del ego y los efectos que estas tensiones tienen sobre él.

El yo, atrapado entre el ello y el superyó, se encuentra simultáneamente en conflicto por pensamientos reprimidos en el ello y relegado a una posición inferior por el superyó. Y al mismo tiempo, la interacción entre el instinto de amor y el instinto de muerte puede manifestarse en cualquier nivel de la psique. El siguiente esquema es una exégesis de los argumentos de Freud, explicando la formación de las tensiones antes mencionadas y sus efectos.

Exégesis por capítulo

Presuposiciones: "Consciencia e Inconsciente"

Todos los conceptos de El ego y el ello se construyen sobre la supuesta existencia de pensamientos conscientes e inconscientes. En la primera línea, Freud afirma: "[Sobre la conciencia y el inconsciente] no hay nada nuevo que decir... la división de la vida mental en lo consciente y lo inconsciente es la premisa fundamental en la que se basa el psicoanálisis. (9). Además, distingue entre dos tipos de pensamientos inconscientes: ideas "preconscientes", que están latentes pero son completamente capaces de volverse conscientes; e ideas "inconscientes", que son reprimidas y no pueden volverse conscientes sin la ayuda del psicoanálisis.

Sería demasiado simple suponer que el inconsciente y el consciente se mapean directamente sobre el id y el ego, respectivamente. Freud argumenta que (según su trabajo con el psicoanálisis) se puede demostrar que el ego supuestamente consciente posee pensamientos inconscientes (16) cuando, sin saberlo, se resiste a partes de sí mismo. Así, parece necesario un tercer tipo de pensamiento inconsciente, un proceso que no está ni reprimido ni latente (18), pero que sin embargo es parte integral del yo: el acto de represión.

Si esto es cierto, Freud argumenta que la idea de "inconsciencia" debe reevaluarse: contrariamente a la creencia anterior, la psicodinámica humana no puede explicarse completamente por una tensión entre pensamientos inconscientes y conscientes. Se requiere un nuevo marco, uno que examine más a fondo el estado del ego.

Mapeando el nuevo marco: "El Ego y el Id"

Antes de definir explícitamente el ego, Freud argumenta a favor de una manera en la que los pensamientos inconscientes pueden volverse conscientes. Él cree que la respuesta radica en la diferencia entre los pensamientos inconscientes y los pensamientos preconscientes: los inconscientes "se elaboran sobre algún tipo de material que no se reconoce" (21), mientras que los preconscientes están conectados a las percepciones, especialmente a las "imágenes verbales". La diferencia, entonces, es una conexión con las palabras (más específicamente, con el "residuo de la memoria" de las palabras). El objetivo del psicoanálisis, entonces, es conectar el material inconsciente que flota libremente con las palabras a través del diálogo psicoanalítico.

Continúa señalando que el ego es esencialmente un sistema de percepción, por lo que debe estar estrechamente relacionado con el preconsciente (27). Por lo tanto, dos componentes principales del ego son un sistema de percepción y un conjunto de ideas inconscientes (específicamente, preconscientes). Su relación con el id inconsciente (en alemán: Es), por lo tanto, es estrecha. El ego se funde en el id (28). Compara la dinámica con la de un jinete y un caballo. El ego debe controlar el id, como el jinete, pero en ocasiones, el jinete está obligado a guiar al caballo hacia donde quiere ir. Asimismo, el ego debe, a veces, ajustarse a los deseos del id. Finalmente, el ego es una "porción modificada" del ello que puede percibir el mundo empírico (29). Es esta idea de percepción la que lleva a Freud a llamar al ego un "ego-cuerpo" (31), una proyección mental de la superficie del cuerpo físico de uno.

Otra complicación: "El Ego y el Super-Ego (Ego-Ideal)"

El yo se divide en dos partes: el yo mismo y el superyó (en alemán: Über-Ich), o el ideal del yo (en alemán: Ideal-Ich) (34). Aunque Freud parece nunca defender la existencia de un superyó en El yo y el ello (salvo para hacer referencia a uno de sus trabajos anteriores en una nota al pie), podemos considerar la necesidad del superyó implícita en los argumentos anteriores de Freud. De hecho, el superyó es la solución al misterio planteado en el primer capítulo: la parte inconsciente del yo, la parte que actúa en una capacidad represiva.

Su argumento a favor de la formación del superyó gira en torno a la idea de la internalización, un proceso en el que (después de que un objeto previamente presente se vuelve ausente) la mente crea una versión interna del mismo objeto. Da el ejemplo de la melancolía resultante de la pérdida de un objeto sexual (35). En casos como estos, el sujeto melancólico construye un nuevo objeto dentro del yo para mitigar el dolor de la pérdida. El ego, en cierto sentido, se convierte en el objeto (al menos en lo que respecta a la libido del id). El amor del id se redirige, lejos del mundo externo, y se vuelve hacia adentro.

Freud llega a sus conclusiones sobre el superyó combinando la idea de internalización con la idea del complejo de Edipo. En la primera infancia, antes del complejo de Edipo, el individuo forma una importante identificación con el padre. Esta identificación se complica más tarde por la investidura de objeto que se forma a partir del pecho de la madre. La actitud hacia el padre se torna entonces ambivalente, pues la figura paterna es simultáneamente identificada pero percibida como un obstáculo. Más tarde, todo el complejo de naturaleza dual se toma internamente, formando una nueva parte de su ego que tiene la misma autoridad moral que podría tener un padre. Esto parece bastante simple, pero si el superyó se manifiesta como una figura paterna, entonces no podemos ignorar la naturaleza dual del padre edípico.

Los instintos sexuales que parten del ello y provocan el complejo de Edipo, son los que dictan la forma y estructura del superyó. Si esto es cierto, muchos de nuestros dilemas morales "superiores" en realidad pueden ser de origen sexual (53). Freud vuelve a esto más tarde, en el capítulo final.

Fuerzas en el marco: "Dos Clases de Instintos"

Habiendo establecido la forma general y los conductos de la mente, Freud pasa a dilucidar las fuerzas que actúan dentro de esa estructura, a saber, el instinto de amor y el instinto de muerte. La primera es la tendencia a crear; el segundo, la tendencia a destruir. Apoya su argumento a favor de estas fuerzas apelando a la cosmología e invocando implícitamente las ideas de entropía y la tercera ley del movimiento de Newton (la de las fuerzas iguales y opuestas): “la tarea [del instinto de muerte] es llevar la materia orgánica de regreso a el estado inorgánico; por otro lado... Eros apunta a una coalescencia de mayor alcance de las partículas en las que se ha dispersado la materia viva” (56). Además de este razonamiento puramente estético, Freud no da más argumentos a favor de la existencia de estos dos instintos opuestos, salvo mencionar (entre paréntesis) "anabolismo y catabolismo".

Utilizando estos instintos opuestos como base para investigaciones posteriores, Freud señala que hay casos en los que el amor parece transformarse en odio y en los que el odio se transforma en amor (59). Esto parecería indicar que no hay, de hecho, dos instintos opuestos. Sin embargo, Freud resuelve el asunto al afirmar la presencia de una energía neutra, que se puede aplicar para promover cualquiera de los dos instintos. Y a medida que cambia el flujo de energía, puede crear lo que parece ser la transformación de un instinto en su opuesto (61–62).

¿De dónde viene esta energía neutra? La respuesta puede estar en la sexualidad, en un "reservorio narcisista de libido... [es decir] Eros desexualizado". Este proceso de desexualización ocurre, según Freud, cuando la energía libidinal pasa del id (su origen) al ego, el cual (a través de un proceso llamado “sublimación”) abandona los objetivos sexuales originales y utiliza la energía para alimentar el pensamiento y la autodeterminación. motilidad interesada (62). La libido, por lo tanto, se transforma en energía que puede aplicarse hacia fines creativos o destructivos.

Esto parecería indicar que Eros, el instinto de amor, es la motivación principal del ello. Pero Freud señala que, en realidad, la compulsión del id para cumplir con el instinto de amor es en realidad una manifestación del principio del placer, o la tendencia a evitar las tensiones que vienen con el instinto de amor. Cumplir con el instinto de amor puede a veces (especialmente en animales más primitivos) dar rienda suelta al instinto de muerte. Este concepto vuelve en el capítulo siguiente, donde Freud sugiere que la pulsión de muerte puede residir en el superyó.

Conclusiones clave: "Las relaciones subordinadas del yo"

En este capítulo final, Freud llama al ego "el ego inocente". Si las ideas que postula aquí son precisas, entonces el ego, de hecho, se convierte en una víctima del superyó y el id más fuertes (que tienden a trabajar juntos). “El superyó está siempre en estrecho contacto con el ello y puede actuar como su representante en relación con el yo” (70). Freud cita sus experiencias en psicoanálisis, en las que las personas exhiben un sentimiento de culpa que las hace resistentes a conquistar su patología. Su explicación es que el superyó condena al ego: "[mostrando] una severidad particular y [rabiándose] contra el ego con la mayor crueldad" (73) y dándole un profundo y misterioso sentimiento de culpa.

Esto es lo que sucede cuando la pulsión de muerte se apodera del superyó y se vuelve contra el yo (77). Durante el proceso de sublimación, el instinto de amor y el instinto de muerte (anteriormente fusionados) se separan; y este último acaba en el superyó provocando su “rabia” contra el yo. A veces, la posición desafortunada del ego puede resultar en neurosis obsesivas, histeria e incluso suicidio, dependiendo de la reacción del ego al castigo del superyó. A veces (en el caso de la melancolía) el ego se ha identificado con un objeto de amor prohibido con tanta fuerza que no puede soportar la crítica del superyó y se da por vencido, con el suicidio. En otras ocasiones (como en las neurosis obsesivas) el objeto sigue siendo externo al yo, pero sus sentimientos hacia él están reprimidos, lo que da como resultado actos de agresión externa.

En el frente opuesto, el ego se encuentra tratando tanto de apaciguar como de mediar en los deseos del id. Se encuentra en un término medio entre el id y el mundo exterior, tratando de hacer que el id se ajuste a las reglas sociales, mientras trata de hacer que el mundo se ajuste a las pasiones más íntimas del id. Esta tarea recae en el ego porque es la única parte de la mente capaz de ejercer un control directo sobre las acciones del cuerpo. La relación del ego con el ello es, al mismo tiempo, mutuamente beneficiosa y sumisa: "[El ego] no es sólo el aliado del ello; es también un esclavo sumiso que corteja el amor de su maestro" (83).

Así, el yo se encuentra a sí mismo como asiento de la ansiedad, acosado por peligros potenciales desde tres direcciones (84): por el superyó, el ello y el mundo externo.

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