Dictablanda de Dámaso Berenguer

Compartir Imprimir Citar

La Dictablanda de Dámaso Berenguer, o dictadura de Dámaso Berenguer fue el período final de la Restauración española y del reinado del rey Alfonso XIII. Este período vio dos gobiernos diferentes: el gobierno de Dámaso Berenguer, formado en enero de 1930 con el objetivo de restablecer la “normalidad constitucional” tras la dictadura de Primo de Rivera, y el gobierno del presidente Juan Bautista Aznar, formado un año después. Este último abrió el camino a la proclamación de la Segunda República Española. El término dictablandafue utilizado por la prensa para referirse a la ambivalencia del gobierno de Berenguer, que ni siguió el modelo de la antigua dictadura ni restableció íntegramente la Constitución de 1876.

El error de Berenguer

Alfonso XIII nombró presidente al general Dámaso Berenguer el 28 de enero de 1930, con el objetivo de devolver al país a la “normalidad constitucional”. Sin embargo, los historiadores han señalado la imposibilidad de lograrlo intentando transitar hacia un régimen liberal simplemente restableciendo el orden político que existía antes del golpe de 1923 y sin considerar el vínculo entre la Corona y la dictadura de Primo de Rivera. Sin embargo, este error lo cometieron el Rey y su gobierno al intentar que España volviera a la Constitución de 1876 a pesar de haber estado abolida durante seis años. Desde 1923, Alfonso XIII era un rey sin Constitución. Durante ese tiempo, su gobierno fue legitimado no por un documento escrito, sino por un golpe de estado permitido por el Rey. La Monarquía se había asociado con la dictadura,

Políticos republicanos y “monárquicos sin rey”, así como numerosos juristas, tacharon de imposible la vuelta a la “normalidad constitucional”. El 12 de octubre de 1930, el jurista Mariano Gómez escribiría: “España vive sin Constitución”. Según Gómez, la dictadura de Primo de Rivera inició un proceso constituyente que sólo podía concluir con la vuelta a la normalidad a través de “un gobierno constituyente, elecciones constituyentes presididas por un poder neutral que no fuera beligerante en el conflicto creado por la dictadura, un sistema de libertades y garantías de los ciudadanos y tribunales que ejercen la autoridad suprema para crear la nueva legalidad común”.

El general Berenguer estuvo muy preocupado mientras articulaba su gobierno porque los dos partidos dinásticos, el Partido Liberal-Fusionista y el Partido Conservador, habían dejado de existir tras los seis años de dictadura, pues no eran partidos políticos propiamente dichos sino grupos de interés cuyo único objetivo era ejercer el poder en un momento determinado, debido al fraude electoral instituido por el caciquesistema. La mayoría de los políticos se negaron a colaborar con Berenguer a título individual, por lo que sólo pudo contar con el sector más reaccionario del conservadurismo, encabezado por Gabino Bugallal. Además, Unión Patriótica, el único partido político de la dictadura, que en 1930 se transformó en Unión Nacional Monárquica y fue perdiendo militantes, tampoco apoyó al gobierno de Berenguer porque se oponía a la Constitución. En consecuencia, la Monarquía no disponía de organismos políticos capaces de orientar el proceso de transición.

Las políticas de Berenguer no mejoraron la posición de la Monarquía. La lentitud con la que se estaban implementando las nuevas políticas liberalizadoras puso en duda el pretendido objetivo del gobierno de restablecer la “normalidad constitucional”. Como resultado, la prensa comenzó a llamar al nuevo régimen “ dictabanda ”, que significa “dictadura blanda”. Durante este tiempo, algunos políticos de los dos partidos dinásticos se definieron como “monárquicos sin rey” (como Ángel Ossorio y Gallardo) y otros se sumaron al bando republicano (como Miguel Maura y Niceto Alcalá-Zamora, ambos fundadores del Derecha Liberal Republicana).

José Ortega y Gasset publicó un artículo el 15 de noviembre de 1930 en el diario El Sol titulado "El error de Berenguer". Tuvo una importante repercusión y concluyó con el siguiente verso: “¡Españoles, vuestro Estado no existe! ¡Reconstruirlo! Delenda est Monarchia ”.

La pérdida de apoyo político y social a la Monarquía

Los hechos ocurridos a lo largo de 1930 indicaron que no era posible el retorno a la situación anterior a 1923, porque la Monarquía se había aislado. Sectores de la sociedad que siempre habían apoyado a la Monarquía, como los empresarios, le retiraron su apoyo porque desconfiaban de su capacidad para acabar con la conmoción. La Monarquía también carecía del apoyo de la burguesía (la influencia de la Iglesia en este sector de la sociedad estaba siendo desplazada por las ideas democráticas y socialistas), e intelectuales y universitarios publicitaban claramente su rechazo al Rey.

Uno de los pocos grupos que apoyó a la Monarquía fue la Iglesia Católica (a la que le gustaba la Monarquía, ya que restablecía su posición tradicional en la sociedad), pero la Iglesia estaba a la defensiva debido al crecimiento de los ideales republicanos y democráticos en el país.. Otra fuente de apoyo político a la Monarquía fue el Ejército, aunque algunos sectores de esta institución fueron abandonando su apoyo al Rey. En palabras de Juliá Santos, “Quizás el Ejército por sí solo nunca participaría en una conspiración contra la Monarquía pero tampoco haría nada por salvar el trono, y no fueron pocos los militares que colaboraron precipitadamente con las conspiraciones antimonárquicas ”.

El florecimiento del republicanismo y el Pacto de San Sebastián

Los cambios sociales ocurridos en los treinta años anteriores no ayudaron al restablecimiento del sistema político de la Restauración. Esta realidad, junto con la asociación pública de la Dictadura con la Monarquía, puede explicar el rápido crecimiento del republicanismo en las ciudades. Así, en este rápido proceso de politización, las clases bajas y medias urbanas se convencieron de que Monarquía significaba despotismo y Democracia significaba República. Según Juliá Santos, en 1930, “la hostilidad contra la Monarquía se extendió como un huracán imparable en mítines y manifestaciones por toda España”; “La gente comenzó a salir alegremente a las calles, bajo cualquier pretexto, para alabar a la República”.La causa republicana también contó con el apoyo de los intelectuales que formaron el Grupo al Servicio de la República, encabezado por José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón y Ramón Pérez de Ayala). El 17 de agosto de 1930 se firma el Pacto de San Sebastián en una reunión organizada por Alianza Republicana. Al parecer, (pues no se produjo ningún relato escrito de la reunión) las partes acordaron seguir una estrategia que pusiera fin a la Monarquía del rey Alfonso XIII y proclamara la Segunda República Española. De acuerdo con una nota oficial, asistieron a la reunión las siguientes personas y grupos: Alianza Republicana; Alejandro Lerroux del Partido Republicano Radical, Manuel Azaña del Grupo Acción Republicana; Marcelino Domingo, Álvaro de Albornoz y Ángel Galarza del Partido Republicano Socialista Radical; Niceto Alcalá-Zamora y Miguel Maura de la Derecha Liberal Republicana; Manuel Carrasco Formiguera de Acción Catalana; Matías Mallol Bosch de Acción Republicana de Cataluña; Jaume Aiguader del Estado Catalán y Santiago Casares Quiroga de la Federación Republicana Gallega. A la reunión también asistieron individualmente Indalecio Prieto, Felipe Sánchez Román y Eduardo Ortega y Gasset, hermano de José Ortega y Gasset. Gregorio Marañón no pudo asistir a la reunión pero envió “una entusiasta carta de adhesión”.

En octubre de 1930, al Pacto se adhirieron en Madrid dos organizaciones socialistas, PSOE y UGT, con el fin de organizar una huelga general seguida de una insurrección militar que arrojara a la Monarquía en “los archivos de la Historia”, como se decía en el manifiesto publicado a mediados de diciembre de 1930. Para coordinar la acción se constituyó un “Comité Revolucionario”, integrado por Niceto Alcalá-Zamora, Miguel Maura, Alejandro Lerroux, Diego Martínez Barrio, Manuel Azaña, Marcelino Domingo, Álvaro de Albornoz, Santiago Casares Quiroga y Luis Nicolau d'Olwer, los nueve en representación de la facción republicana, e Indalecio Prieto, Fernando de los Ríos y Francisco Largo Caballero, los tres en representación de la facción socialista.Mientras tanto, la CNT siguió reorganizándose (aunque tras el levantamiento de la proscripción sólo se le permitió reconstituirse a nivel provincial) y, de acuerdo con su programa de izquierda libertaria y “antipolítica”, no participó en las elecciones republicanas. -alianza socialista, y así continuó actuando como un partido revolucionario de izquierda antisistema.

El primer intento fallido contra la Monarquía

El Comité Revolucionario Republicano-Socialista, presidido por Alcalá-Zamora, que tenía sus reuniones en el Ateneo de Madrid, orquestó una insurrección militar, apoyada en las calles por una huelga general. El uso de la violencia para alcanzar el poder y derrocar un régimen había sido legitimado por el anterior golpe de estado que trajo la Dictadura. Sin embargo, la huelga general nunca fue convocada, y la proclamación militar fracasó porque los capitanes Fermín Galán y Ángel García Hernández iniciaron la sublevación en el cuartel de Jaca el 12 de diciembre, tres días antes de la fecha establecida. Estos hechos se conocen como el “levantamiento de Jaca”, y los dos capitanes sublevados fueron sometidos a un tribunal militar sumario y ejecutados. Esto movilizó a la opinión pública a favor de la memoria de los dos “mártires” de la anhelada República.

El gobierno del almirante Aznar y la caída de la Monarquía

A pesar del fracaso de los esfuerzos del Comité Revolucionario por llevar a cabo la República, y aunque sus miembros estuvieran detenidos, en el exilio o en la clandestinidad, el general Berenguer se vio obligado a restablecer la vigencia del artículo 13 de la Constitución de 1876, que reconocía las libertades públicas de expresión y asociación, y convocar elecciones generales el 1 de marzo de 1931 con el objetivo de “constituir un Parlamento que, junto con las Cortes del último período [la dictadura de Primo de Rivera], restablezca el funcionamiento de las fuerzas co-soberanas en su totalidad [el Rey y las Cortes], pues son el eje de la Constitución de la Monarquía Española”.No se trataba, pues, de una asamblea constituyente, ni de un establecimiento de tribunales capaz de reformar la Constitución. Como resultado, el anuncio no recibió apoyo, ni siquiera dentro de los monárquicos de los viejos partidos de la Restauración. El fracaso de Berenguer obligó a Alfonso XIII a buscar su reemplazo. El 11 de febrero llamó a su Palacio al líder catalanista Francesc Cambó, al que ya había conocido en una reunión en Londres el año anterior.

El 13 de febrero de 1931 el rey Alfonso XIII puso fin a la dictablanda del general Berenguer y nombró nuevo presidente al almirante Juan Bautista Aznar. En su momento, Aznar fue sardónicamente descrito como “de la Luna políticamente y de Cartagena geográficamente”, debido a su menor importancia política. Alfonso XIII había ofrecido previamente el puesto al liberal Santiago Alba y al conservador “constitucionalista” Rafael Sánchez Guerra, pero ambos declinaron la nominación, habiendo visitado Sánchez Guerra a los miembros del Comité Revolucionario encarcelados para pedirles que se unieran a su Gabinete pero recibiendo la negativa de todos ellos, con Miguel Maura diciéndole: “No tenemos nada que hacer ni decir de la Monarquía”. Aznar formó un gobierno de “concentración monárquica” que estuvo compuesto por líderes de los viejos partidos dinásticos liberal y conservador,Al Gabinete también se unió un miembro de la Lliga Regionalista, Joan Ventosa, con el objetivo, como explicó Cambó un año después, de “conseguir para la causa de Cataluña lo que hasta entonces no se podía conseguir”. Para Santiago Alba, era un gobierno para la “servidumbre de palacio”.: “No nos dejemos engañar una vez más por el heredero de Fernando VII”, dijo Alba. El Rey confiaba en la capacidad del Gobierno para solucionar la situación, como certificó Cambó en un encuentro personal con él el 24 de febrero: “Le encontré viviendo en el mejor de los mundos, ajeno a la debilidad del Gobierno, que era la base de su apoyo ”. El nuevo Gobierno de Aznar propuso un nuevo calendario electoral: el 12 de abril se celebrarían primero elecciones municipales, seguidas de elecciones de Cortes que tendrían “carácter constituyente”, para que se procediera a la “revisión de las facultades de los Poderes del Estado y de las la delimitación precisa del territorio de cada uno” (es decir, la reducción de las prerrogativas de la Corona) ya “una solución adecuada al problema de Cataluña”. El 20 de marzo, en plena campaña electoral, se escuchó un consejo de guerra de cabeza de tambor contra el Comité Revolucionario que orquestó el fallido movimiento cívico-militar. El juicio se convirtió en una muestra de voluntad republicana y todos los acusados ​​fueron puestos en libertad.

Todo el mundo vio las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 como un plebiscito sobre la Monarquía. Por ello, cuando se supo que las candidaturas republicano-socialistas habían ganado en 41 de las 50 capitales de provincia, el Comité Revolucionario hizo público un comunicado afirmando que los resultados electorales habían sido “desfavorables a la Monarquía [y] favorables a la República”, y anunció su intención de “actuar con energía y celeridad para hacer efectivas [las] ​​aspiraciones [de esa España mayoritaria, añorada y juvenil] mediante la realización de la República”. El martes 14 de abril se proclamó la República desde los balcones de los ayuntamientos que ocupaban los nuevos regidores y el rey Alfonso XIII se vio obligado a abandonar el país. Ese mismo día, el Comité Revolucionario se convirtió en el Primer Gobierno Provisional de la Segunda República Española.